Guerín, el arte que respira

Hace más de tres años del estreno de la película que suponía un auténtico epicentro creativo para Jose Luis Guerín, y más de cuatro desde la gestación de un proyecto que tomó mil y una bifurcaciones diferentes, y que aún hoy sigue generando nuevos caminos para su autor.

Era el año 2006 cuando el director, que llevaba cinco años sin firmar un largometraje (el documental En Construcción, de 2001), se embarcaba en un nuevo proyecto para el que comenzaba a recoger reflexiones y a trabajar en el proceso de documentación y de introspección previos.

Se trataba de En la ciudad de Sylvia, en la que un personaje viajaba a Estrasburgo para contar una experiencia personal que tuvo en aquella ciudad el propio autor.

Trabajo de introspección, podría llamarse, pues el cine de Guerín tiene tanto de íntimo como de profundo, tanto de personal como de reflexivo. Reflexión acerca del lenguaje del cine y acerca de la propia naturaleza humana al mismo tiempo. Por eso sus películas son verdaderos acontecimientos, por la unión abrumadora de la reflexión sobre el lenguaje y la reflexión de uno mismo, una unión perfecta y sugerente en la que el cine se hace arte.

En ese proceso, el autor se dio cuenta que a través de su diario de preparación de la película estaba surgiendo algo nuevo, una obra en sí misma, un collage de imágenes y de reflexiones que bien podrían dar lugar a un documental previo, a un diario filmado, una obra imposible de catalogar a la que Guerín dota de vida propia a través de su amor por el cine mudo.

Nacía así una composición singular: las fotos que toma el propio director en la ciudad de rodaje y sus ideas impresas en rótulos sobre fondo negro conforman el estilo único de su rara avis, que explica los motivos por los que la película va a tomar forma y que dispara además las lecturas sobre el relato, especialmente las emocionales.

Unas fotos en la ciudad de Sylvia veía la luz sabiendo que no había ningún lugar posible para su exhibición, pues se trataba de una criatura a caballo entre las artes sin parangón en el cine moderno.

A partir de aquello también nacía una exposición, Las mujeres que no conocemos, basada en las mismas imágenes de su otra obra, con la que establecía un diálogo inmediato.

La pluralidad de formatos y la incapacidad de clasificar al proyecto empezaba a tomar una importancia descomunal en un proyecto que no terminaba de encontrar del todo sus vías de exhibición, un circuito de exhibición que no está preparado para albergar un objeto artístico tan abrumador, dispar y prolífico.

En la ciudad de Sylvia se hace posible gracias al dinero europeo que consigue Guerín para financiar su filme, dinero que le niegan las ayudas estatales de su país. Sylvia se pasea por el Festival de Venecia de 2007 con un éxito notable, mientras en España permanecía ninguneada.

A partir de su periplo por festivales presentando la película durante el año que le seguiría, el autor se encuentra con una imagen que se repite en su día a día: regresar al hotel por la noche y encontrar en su mesa de noche su acreditación con la palabra “Guest” (invitado).

Con ese recurso como conductor visual, Guerín se lanzaba a la calle y buscar, imágenes que tratasen de encontrar al autor con su verdad, “la esencia del cine directo”, como él lo llama. Así ha nacido Guest, su última película.

La sugerencia de la idea, el esbozo continuo, la invitación a intuir proyectos que nacen y mueren con la cámara como testigo y con la narración en directo como arma principal,

Para Guerín, “las facilidades técnicas nunca han ido de la mano con la evolución del cine como creación”. Aprovecha los recursos tecnológicos de los que dispone hoy en día para tratar de filmar de la manera que adora y que piensa se ha perdido con el tiempo. Su vuelta al cine de la esencia, a la búsqueda del silencio y del potencial autorreflexivo forma parte de una de las propuestas más sugerentes e ingobernables del cine contemporáneo.

Sylvia es por ello una obra orgánica, una pieza en constante movimiento, una idea que fluye y se transforma con el tiempo, un movimiento artístico en sí mismo que arrastra a su creador a establecer un diálogo conjunto frente a todo aquello que sale de sus manos y de su mirada, un arte que vive, que respira, que se modula junto a su autor y cuyas experiencias le obligan a replantear lo filmado y sobrescribirlo, creando una nueva obra, y otra más, en un trayecto tan fascinante como imparable.

Sin ningún estudio al que acudir, armado sólo con una pequeña cámara en sus manos, Guerín recorrió el mundo para presentar su película, sin que nadie supiera que su obra estaba aún en proceso de rodaje. Un rodaje que nunca se detiene. El cine y la vida tomados de la mano.