Fuerza mayor es una película importante. Lo es por la forma en la que explora la relación matrimonial de una pareja en apariencia perfecta y por la manera en que, a partir de ahí, traza un frío análisis de las sombras que habitan la sociedad en la que nos movemos. Un crudo retrato de la Europa del presente a partir de una única y arquetípica célula familiar.
El idílico matrimonio y sus dos hijos pasan una semana de vacaciones esquiando en la montaña. Los paisajes nevados inundan la pantalla de blanco, de abismal vacío. Ellos atraviesan la pista mientras unos hermosos travellings confrontan sus diminutos cuerpos con la inmensidad. Familias de clase acomodada que, al abandonar la rutina del trabajo diario, se encuentran con la nada que gobierna sus vidas. Y no solo es importante fijarse en el blanco como revelador de una existencia banal, pues cada color en la película parece especialmente escogido: basta con fijarse en los pijamas que utilizan los cuatro miembros al dormir. La uniformidad de sus ropas ha reforzado la sensación de unidad y el espíritu de familia como equipo, pero también ha terminado por eliminar todo rastro de personalidad propia en los dos niños.
Ese significado casi obsesivo de los colores ayuda a descubrir que cada mínimo detalle en la película cuenta con una intención muy meditada y conviene estar atento a ellos para atrapar del todo su penetrante discurso. El detonante de la crisis familiar es una avalancha que, aunque controlada, no impide que el pánico se apodere de todos aquellos que la presencian a lo lejos. El comportamiento de marido y mujer ante ese momento crucial genera, en cada línea de diálogo, una profunda disección de sus actos que destapa muchas otras inseguridades en la pareja.
Pero esa insistencia del diálogo como motor del debate revela, también, que no hay nada dejado al azar en Fuerza mayor, que no hay espacio para la libertad ni para que nada respire. Todo lo que ocurre y aparece en el plano debe obedecer a su discurso: cómo el supuesto estado del bienestar esconde una insatisfacción crónica. La precisión milimétrica puede asombrar por momentos, pero encontrarse con el exilio de toda espontaneidad transforma lo que ocurre en una caricatura. La crudeza de los acontecimientos se hace así menos cercana, más frívola y menos palpable.
El desarrollo de la película termina por aterrizar en terrenos propios de la moraleja fácil y el cine de debate, zonas peligrosas para un filme que pretende exhibirse como el colmo de la sutileza. Cuando los dos amigos reciben un elogio por error de parte de una chica desde la distancia, la película muestra su peor cara, tanto como en esa moralista decisión final en la que los dos hombres se redimen con sus parejas accediendo a protagonizar el acto heroico que ellas parecen haber reclamado a través de su descontento. ¿Es posible hacer crítica absolutamente de todo, en cada plano, en cada centímetro de película, y aún así seguir siendo comunicante?
Cuando los viajeros deciden abandonar el vehículo que los lleva de vuelta a casa y continuar el trayecto a pie, el realizador parece estar filmando a la misma Europa, de frente, andando en una sola dirección. Así de ambiciosas, peligrosas pero también inspiradoras, son las imágenes de Fuerza mayor. En esa marcha el protagonista accede a llevarse un cigarro a los labios simplemente porque el viajero de al lado también lo hace. Otro momento más para descubrir un mensaje que habla de la desaparición de todo rastro de personalidad propia. La música ya lo había advertido: la pieza de Vivaldi que suena continuamente durante el metraje no ha sido interpretada con sus cuerdas originales, sino con un acordeón que avisa que la tradición ha sido perturbada, que nos extraviamos en algún momento del camino sin darnos cuenta. Quizá fuese justo en ese inocente momento final, cuando aceptamos hacer lo mismo que hacían los demás sin preguntarnos por su sentido. Por todas esas valientes preguntas que se atreve a hacerse, por su inconformismo y también por la belleza de sus imágenes, Fuerza mayor es una película a la que volver a menudo.