El cine de Wes Anderson nace de las antípodas de un cine único, peculiar y con el referente estético y moral de los años setenta en lugar de cualquier referencia cinematográfica.
Podría decirse que Fantástico Sr. Fox es la culminación, o la sublimación, de muchas de sus obsesiones y constantes, hasta el punto de constituir la síntesis de todas ellas, en tanto que su cualidad de cine animado, a través de un virtuoso stop-motion, le permite establecer su teoría fílmica más pura, despojada de los artificios de su puesta en escena o de buena parte de su rocambolesca política de la estética y centrada en construir un argumento fabulesco que gira, como siempre en su cine, en torno a la familia y a la búsqueda de la identidad del individuo dentro del seno familiar.
La animación permite también a Anderson que en este cuento de fábula los protagonistas se acerquen mucho más a su imaginario ideal de la construcción de personajes, en los que no sólo ha buscado siempre una absoluta concreción argumental, sino también una plasticidad y una cualidad visual en la que evidencia el culto propio del adolescente a la imagen personal.
De este modo, la película se divierte en confrontar al Señor Zorro con su identidad animal y ese humanismo exquisito, campechano y al mismo tiempo elegante, con que Anderson pretende insuflar personalidad a su protagonista y que finalmente se convertirá en el mayor conflicto de su pintoresco y ambiguo personaje.
Historia fabulesca bien construida, en ella se consigue el equilibrio perfecto entre la ligereza aparente propia de los films del director y la profundidad que entraña el cuento en su estructura de gran moraleja infantil, disfrazada de humor y banalidad accidental. Fantástico Sr. Fox es un film puramente de animación, por mucho que se aleje del canon actual del cine del género y apueste por un estilo y una estética que obedece más a los habituales caprichos de su director que a cuestiones puramente comerciales.
El desastre para Wes Anderson es que, en ese paso a otro cine que ya no es el tradicional, el director pierde buena parte de su autoría, en tanto que las virtudes y constantes de su cine “físico”, si puede llamársele así, se han perdido con el paso a la ficción más desorbitante.
La confrontación de los cuerpos, del actor, a unos personajes construidos con la pluma genial de Anderson, los movimientos de cámara también virtuosos que revelaban una puesta en escena tan fresca como hilarante, cimentada siempre en aquel formato panorámico tan inverosímil y en desuso, los repartos corales lleno de contenidas y magníficas interpretaciones, las licencias poético-musicales que se permitía la película en más de un acertado momento…
Todas esas virtudes de un cine que caminaba y evolucionaba a pasos de gigante se pierden en esta nueva aventura, diluyéndose en la imposibilidad de hacer físico el relato, incluso aún tratándose de figuras animadas y no proyecciones digitales, y potenciando algunas otras, lo hilarante , lo inverosímil y lo fantástico, gracias al tono de fábula del relato.
Sensacional experimento narrativo y estético para un joven director de importancia mayúscula en el devenir de lo contemporáneo, para un cine americano que cimenta su frescura en la autoría de este cineasta casi exclusivamente.
Muy probablemente su próxima película desvelará si finalmente se queda atrapado en este mundo imaginario preso de la mirada constante y ensimismada al pasado, de esa búsqueda imposible de retornar a la infancia, en lugar de seguir confrontando sus ideas, sus valores y la belleza única de su estética con el inmediato, el hostil, el inexorable mundo real.