Elysium (Neill Blomkamp, 2013)

Elysium

Han pasado cuatro años desde que la participación de Peter Jackson como productor en Distrito 9 disparase al estrellato al joven director Neill Blomkamp. Qué hubiera pasado con aquel proyecto en manos de un productor anónimo es ahora un misterio. El lenguaje del realizador está construido por entero bajo las claves de la buena ciencia-ficción, esa cuya razón de ser fundacional era la de disfrazar de sofisticado futuro la crítica al presente.

En Distrito 9 Blomkamp trataba el apartheid en Sudáfrica, su país natal, a partir de una fábula futurista con vocación de superproducción narrada bajo la estética propia de un documental. Elysium no deja de moverse bajo planteamientos similares, sólo que el discurso es ahora global: la sobrepoblación del planeta ha derivado en monumentales injusticias de la clase pudiente para mantener su estilo de vida.

El dispositivo que separa a las dos clases sociales ya no es un ghetto sino algo más radical y funciona, además, en sentido inverso: los ricos han abandonado un planeta Tierra condenado y se han establecido en una estación espacial construida como sociedad utópica. Matt Damon es el héroe de la clase obrera destinado a romper el desequilibrio.

Parece difícil concebir una premisa más sugerente en un film de género que, a fin de cuentas, lo que busca en el fondo es el perfecto escenario que vertebre las más imaginativas secuencias de acción. Pero como ocurría con la anterior película del realizador, el nivel de esa hipótesis inicial tiene poco que ver con el de su desarrollo posterior.

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El mayor pecado de Elysium no es la pobreza de los materiales con los que construye a su personaje principal, esbozado a partir de un flashback de la niñez que utiliza los más gastados arquetipos de la novela barata. Lo peor es comprobar que, a partir de ese sobrecogedor prólogo que muestra la estación espacial, el inefable y esquemático manual de guión fuerza las situaciones y a sus personajes hacia un discurrir esclavo de una fórmula en la que sólo habita la simpleza y la falta de profundidad. Se trata de una premisa maravillosa pero, a partir de ahí, Blomkamp parece estar lejos de ser un buen guionista.  

¿O acaso los artilugios curiosos, los detalles de atrezzo, los vehículos o las más poderosas armas son motivo suficiente para considerar a Elysium una película superior? Quizás sería más interesante valorar el auténtico alcance de la película a través de su manejo del lenguaje visual, de sus ideas narrativas y de la manera en que pone en escena el material que tiene entre manos. Quien crea que estos elementos se miden en base a la belleza de los efectos especiales encontrará sin duda una gran película en Elysium pero, muy posiblemente, el espectador que busque un atisbo de identidad narrativa propia encontrará en la gramática de Blomkamp una herramienta más próxima a los procedimientos de un impostor que a los de un auténtico cineasta.

Encuadres anodinos, abundancia de pirotecnias visuales que disfrazan el trabajo con la cámara, o un exceso de decibelios en la banda sonora que intenta insuflar a la película todas aquellas cualidades que las imágenes son incapaces de transmitir. He ahí las características narrativas más destacables del filme. Es por todo ello por lo que Blomkamp se revela por fin aquí como un genio para ocultar todos los obstáculos a los que se enfrenta, en lugar de reservar sus energías creativas para atreverse a superarlos.    

Conviene preguntarse si acaso cuando un filme comercial atisba cierto tono de crítica social en su célula argumental ya es indispensable alabarla. Si esto es cierto, el espectador es víctima de uno de los más viejos trucos del negocio disfrazado de arte: servirse de los valores que profesa el público con la intención de sacar tajada. Elysium es absolutamente eficaz en su búsqueda de un ritmo vertiginoso que empuje el metraje en un ejercicio de acción continua, pero para hacerlo tiene que traicionarse a sí misma y a su propia lógica cada vez que da un paso hacia delante. ¿Qué pasará dentro de unos años, cuando estos efectos visuales ya no nos impresionen, cuando el cine de ciencia-ficción continúe su evolución imparable? ¿Cómo envejecerá el cine de Blomkamp? Una cuestión interesante.

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