Elisa K (Judith Colell, Jordi Cadena, 2010)

Basada en Elisa Kiseljak, de Lolita Bosch, esta Elisa K es más un simple artefacto narrativo que una película al uso, centrada hasta el paroxismo en la forma en lugar de en su contenido.

Se trata de una película madura y adulta, un filme valiente y único, filmado con mimo y lleno de apuestas arriesgadas. Su valor deriva de la contención de la puesta en escena y de la manera de filmar. En el hecho de la dirección a cuatro manos radica su mayor conquista.

La unión creativa de Jordi Cadena, que dirige la primera mitad de metraje, y de Judith Colell, que firma la segunda mitad, podría compararse al trabajo cinematográfico de otra pareja de cineastas, la del matrimonio Huillet y Straub, en tanto que los cuatro cineastas establecen, ante cada escena, un verdadero ejercicio formal sobre cómo debería filmarse cada momento, cada pequeño detalle.

Elisa K explora los entresijos del alma, de cómo ésta esconde los acontecimientos más desagradables en la vida de una niña y florecen años después, de lo que hay en medio y de cómo se desarrolla ese proceso.

Primero en una mitad a modo de flashback, donde la infancia de la niña en un blanco y negro cuenta, a través de una omnipresente voz en off, una violación que permanece siempre fuera de campo, pero que la condiciona de tal forma y le impacta de tal manera que hundirá esa experiencia en lo más profundo de sí misma.

La segunda, que acontece catorce años después, en color y con Elisa ya como adulta, cuenta de manera descarnada el desagradable momento del recuerdo, la manera en que la mujer vomita todos sus recuerdos, y la forma en que los pone en su sitio y aprende a asumirlos.

El pudor con que se trata la historia, de principio a fin, y el abrupto contraste entre la manera de rodar de ambos autores, ayuda a enfriar las sensaciones del filme y a ofrecer cierta distancia de los acontecimientos que relata, incluso a pesar de las excelentes interpretaciones de Aina Clotet, Claudia Pons y la breve participación de Nausicaa Bonnin.

En cada acción hay una propuesta formal, y en cada decisión hay tanto un acierto como una nueva manera de entender la forma en que una novela es capaz de ponerse en imágenes. No hay mejor traslación de un libro al cine, en tanto que ya poco tiene que ver con la narración literaria.

Mientras Lolita Bosch le pide al lector que sea él quien juzgue todo lo acontecido, en la película Elisa mira a la cámara, esperando la respuesta del espectador ante lo vivido.