El Nido Vacío (Daniel Burman, 2008)

NidoVacio

Daniel Burman ya ha demostrado de sobra su habilidad para escribir ingeniosas escenas y brillantes momentos de buen cine en un panorama argentino que destaca justo por los valores concretos que tienen sus películas: el reflejo absoluto de la cotidianidad, la identificación absoluta con el protagonista, la sencillez que busca respuestas profundas a través de su desnudez, y un leve tufo a pedantería intelectual disfrazada de un cierto humor.

Burman intenta ir más allá con este nido vacío y consigue algo que pocos autores llegan a manejar en su carrera: mantener un discurso basado en la sencillez y la falta de pretensiones buscando una profundidad mayor en su mensaje y un discurso más denso que de lugar a múltiples lecturas y enriquezca el argumento.

La historia de un matrimonio que afronta la marcha de casa de todos sus hijos es sólo un pretexto, una excusa para llevar de la mano a un espectador que pronto se acomoda a esa vida, se identifica plenamente con un escritor de mediana edad y con sus problemas y fobias personales, las hace suya, se vuelca en ese placentero discurrir que propone el director y, con él, al desarrollo posterior que sea ofrecido. 

Cuando uno de los personajes plantea la existencia de una enfermedad neurológica donde el paciente no sabe si sus fantasías son en realidad recuerdos reales del pasado o simple imaginación, la película da un vuelco completo a pesar de continuar el hilo del argumento. La realidad en ese momento se desdibuja y cada nueva escena sugiere, siempre sutilmente, la posibilidad de que sea un simple ‘recuerdo imaginado’. 

Burman juega con esta herramienta que él mismo crea y dispone, pero nunca la utiliza a la ligera ni trata de engañar al destinatario del mensaje. La duda que siembra en cada escena enriquece enormemente su discurso y aporta un matiz de irrealidad que consigue que su nueva obra llegue a donde ninguna de sus otras películas sea capaz de llegar: al corazón directo de la energía narrativa donde la realidad se confunde con ficciones que sólo existen en la mente del protagonista y el espectador se vea obligado a construir su propia historia, decidir qué hay de verdad en cada secuencia. 

La infidelidad, el miedo a ser engañado, el miedo a engañar, el miedo a fracaso, a la soledad y a los problemas de salud están ahí, presentes en el relato, pero son sólo las tribulaciones de un personaje enfrentado a una disyuntiva mayor: decidir si, a partir de la marcha de sus hijos, su realidad deja de existir para sí mismo y comienza a habitar en un mundo donde las fantasías que imagina son mucho más interesantes que cualquier cosa que pueda vivir a partir de ese momento.

Película de lento transcurrir, de belleza plástica que asombra, pues su cometido es únicamente retratar una realidad cotidiana y poco emocionante, de mensaje sencillo pero profundo, que se escapa entre los dedos al tratar de hilvanar un desarrollo coherente en una historia familiar que se cierra con un hermoso flashback, el último momento de cálida intimidad entre una hija que ya ha decidido marcharse, y un padre que en el momento que habla con ella siente que su hija ya se ha marchado.

¿Todo lo que vino a partir de entonces fue sólo imaginado, escrito en la libreta de un escritor en constante disputa con la realidad de las cosas? Cuestiones que alejan a la película del cine gratuito de buenos sentimientos y la convierten en una obra superior.