El Lector [The Reader] (Stephen Daldry, 2008)

TheReader

Nos encontramos ante la tercera obra de un eminente Stephen Daldry, quien ya regalase grandes momentos de cine con sus anteriores Billy Elliot y Las Horas, verdaderas obras maestras enclavadas en el contexto estético y cultural del cine inglés más tradicional, haciendo gala siempre de cierta actitud transgresora en un contexto políticamente correcto.

Es una lástima comprobar cómo The Reader se diluye en la memoria con facilidad al compararla de súbito precisamente con esos dos trabajos anteriores. ¿Cuál es, pues, el problema?

El problema esta vez es el material de partida. Si bien en sus dos primeras películas, un argumento endeble y esquemático servía de pretexto para que el director construyese auténticos edificios artísticos sobre la vida en un caso y la muerte en otro añadiendo tantas capas de lectura como la brillantez de un gran artesano le permitía, la historia de la que parte The Reader es de tal longitud por sí misma que el director no puede más que limitarse a contarla con apuro mientras mil y una aristas se van acumulando en su incapacidad de controlar los tempos, las estructuras, las dinámicas y cada secuencia como a él le gustaría.

Por lo tanto, valorar esta película en el contexto artístico de su autor resultará desalentador al tratarse de una obra menor, en la que incluso se equivoca en la elección de una desacertada y pedante música (un hecho importante y definitivo para un melómano, un autor que concede mucha importancia al aspecto musical de sus películas) Sin embargo, si la valoración parte de su análisis como obra individual, se trata de un filme hecho con mesura, capaz de contar toda la vida adulta de un hombre enamorado a través de las pinceladas esquivas y silentes de su historia, que abarcan a su vez toda su propia existencia.

¿En qué falla, pues, un relato tan intenso como conmovedor, especialmente en su tramo final? Qué lo convierte en una obra menor cuando sus actores están sobresalientes (Kate Winslet nos malacostumbra ofreciendo nuevamente una creación portentosa, capaz de sostener la película a través de las edades de su personaje, con mil registros, un poder de transmisión asombroso, y un desmesura actoral que probablemente sobrepasara las intenciones de su director) y a nivel narrativo es un filme con gran fluidez?

Lo que falle quizás sea el tono con que se presenta la película en su tramo inicial, y el tono con el que quiere recorrer la segunda parte de su metraje. Una ampulosa colección de fechas que intentan situar los numerosos flashbacks que acontecen no son suficientes para contextualizar la historia ni situarla en una justa medida, a través de una guerra que escapa en todo momento a sus personajes, a sus vidas y a sus actos.

Sin embargo, tras una tórrida historia de amor, el contexto de la guerra se nos presenta y toma protagonismo por fin, como si éste hubiese estado latente en los protagonistas desde el comienzo de la película. De repente hemos pasado de estar ante un filme romántico, para pasar a un filme que ahora quiere sostenerse sobre un juicio basado en la segunda guerra mundial y en los campos de concentración.

Tal vez la idea de la ausencia de guerra en el primer tramo quiera simbolizar la ingenuidad del joven protagonista cuando conoce al amor de su vida, pero ese contraste resulta definitivo para echar a perder la coherencia narrativa y estilística de un filme que navega finalmente entre dos aguas y que, tanto argumental como artísticamente, termina relegado a un fallido segundo plano en todas sus facetas.

La apatía de Daldry, o al menos su patente incapacidad para dotar de fuerza a sus imágenes, ayudan a conformar que un producto con un gran potencial parezca condenado a encarnar un telefilme de segunda categoría.

Conforme ese bache narrativo se asienta, y la película vuelve a encontrar su tono y su vía narrativa correcta, el relato vuelve a impregnarse de toda su fuerza, de toda su pasión siempre encubierta por una compleja incapacidad para revelar sentimientos e historias pasadas. Ralph Phiennes toma protagonismo por fin en el último tramo de la historia, cuando su personaje ya es adulto, y resulta el actor perfecto para mostrar toda esa pasión que queda escondida en el rostro inexpresivo de alguien perdido y atormentado por sus propias dudas y miedos interiores.

De hecho la película está a punto de remontar totalmente el vuelo y encontrar de nuevo su intensidad dramática gracias a un par de escenas sobresalientes (los gestos de amor desde el anonimato deben subrayarse aquí como posiblemente las mejores entre ellas), pero el contraste con otras escenas igualmente flojas y sin inspiración alguna mantienen la película hundida en esa mediocridad sin que nunca despunte del todo. Ni siquiera un final melancólico e intenso por su íntimo dramatismo consigue hacer olvidar esa descompensación constante e irritante presente durante todo el metraje.

Se trata pues de una película de una calidad notable, representada sobre todo en la gran creación de su actriz principal, con una historia que necesita mucho tiempo en pantalla para comenzar a tomar fuerza, pero que cuando lo hace merece la pena. Es sólo la comparación con el resto de la obra de su autor, y el pensar en el verdadero potencial del material de partida, lo que hace pensar en ella como una obra definitivamente menor.