La Duda (John Patrick Shanley, 2008)

LaDuda

Son pocos los filmes que se atrevan a hablar de la temática que propone esta obra teatral llevada al cine, y menos aún son aquellas cintas que lo tratan con tanta valentía, con tanto realismo y naturalidad, con tanta mesura y con una mirada tan crítica y a la vez objetiva sobre el mundo y las situaciones que ha dado la escuela católica a lo largo de su historia.

 

El filme está enclavado en una época concreta de la historia, pero tomando el alcance de su historia y la larga tradición de las escuelas religiosas, bien podría ser considerado un relato atemporal con total justicia. Su veracidad, y la ambigüedad que rodea el tratamiento de un hecho que los personajes desconocen si ha ocurrido a ciencia cierta, son las mayores armas de una película honesta y decidida, que no teme adentrarse en la exploración de un tema delicado y que sabe bien desde dónde parte y a dónde quiere llegar.

 

Si de algo puede vanagloriarse ‘La Duda’, es de una cohesión interna absoluta, proveniente a su vez de una convicción férrea de todos los que participan del proyecto.

 

Cohesión narrativa, pues cada escena conduce a la siguiente hasta un clímax de gran intensidad interpretativa. Cohesión estética, pues Roger Deakins encabeza una vez más un trabajo fotográfico digno de alabanza, resaltando el negro absoluto como color primordial de sus personajes símbolo tanto de su condición religiosa como de su neutralidad en un intento de no dotarles de información adicional para el espectador.

 

Cohesión, como queda dicho, interpretativa: El trío protagonista ofrece tres actuaciones soberbias, que se complementan unas a otras, que son los pilares absolutos del filme en su conjunto, y que no se limitan a conducir la historia, sino que son la historia. Son realmente lo que interesa en la película: su creación, sus movimientos, sus reacciones, más que el propio desarrollo de la trama en sí. Esas actuaciones soberbias, unidas a la ayuda también encomiable de algunos secundarios, ayudan a poner cara a un relato que hace topar al espectador con una realidad latente y que resulta de rabiosa actualidad a pesar de su aparente contextualización histórica.

 

Cohesión del propio relato, pues el guión trata de asemejarse lo más posible a la obra de teatro de la que parte, y del mensaje que ésta atesoraba. La duda a la que hace referencia el título no es sólo la que los personajes tienen sobre las acciones de uno de ellos, sino que alcanza también a la propia fe de cada uno, a su propia condición, a su capacidad de liderazgo, a la adecuación de sus propios actos, y en definitiva, una duda que les interroga sobre lo que son, en tanto que se sienten testigos de una injusticia que trata de ocultarse lo más discretamente posible.

 

John Patrick Shanley se aferra tanto al texto teatral que la película acaba presa de su propio material. ‘La Duda’ termina por ser la obra de teatro mejor filmada posible, y el lenguaje cinematográfico muta hasta devenir en una mera herramienta que ilustre con eficacia una historia que discurre con displicencia y que muestre lo mejor posible los rostros de los actores en todo momento.

 

El filme no se despoja nunca de esa latente condición teatral, y por eso la enorme intensidad que plantea su relato, vista sólo a través de las interpretaciones de sus actores, nunca de sus imágenes, sólo nos llega a medias. Las imágenes por sí mismas no son capaces de hablarnos más allá de los textos que esas cabezas parlantes intercambian unas con otras, y por ello buena parte de la intensidad interna del relato queda desvanecida en un mar insípido de unos cuerpos retratados sin gracia ni concierto.

 

La sobriedad formal de su película acaba perdiendo el enorme potencial de una cinta que necesitaba obviar precisamente esa cualidad de sobriedad, huir de ella para que el relato presentase algún tipo de fuerza cinematográfica.

 

Lo que queda, en definitiva, es admirar cómo Meryl Streep, personaje y actriz, se confunden en uno solo una vez más y su creación se extiende a todos y cada uno de sus gestos. Es en el regalo de su enorme trabajo actoral donde uno se siente recompensado finalmente.