El castillo de cristal (Destin Cretton, 2017)

A diferencia de Captain Fantastic (Matt Ross, 2016), en donde una familia planteaba una vida alternativa con la que su audiencia siempre soñó pero a la que jamás se adscribiría, la familia de El castillo de cristal ha escogido la vida nómada, en apariencia, por pura necesidad. La decisión va a convertir la película en un estudio de la relación entre padres e hijos y sobre cómo la ideología de unos condiciona la vida de los otros. El resultado queda patente desde el minuto uno gracias a la estructura en continuo flashback de la película: los padres de los cuatro niños son, finalmente, indigentes de las calles de Nueva York que en sus años de juventud se han rebelado contra todo, desde el comercio capitalista hasta la educación estructurada.

La hija mayor, protagonista del relato y encarnada por la todoterreno Brie Larson, se encuentra con un obstáculo insalvable cuando trata de confrontar su nueva vida de adulta con las excentricidades que tuvo que soportar durante su niñez. En ese conflicto se esconde el corazón de la película, que va a terminar en las manos (en el rostro) de la actriz para salir airoso de sus propios planteamientos: mientras Woody Harrelson, el padre de la familia, es el encargado de ofrecer toda una sucesión de fuegos artificiales interpretativos con los que ilustrar una vida llena de aventuras, va a ser la contención de Brie Larson y la mesura al recrear su papel las que afronten finalmente el destino de la película.

Esta fe en los rostros, si puede llamarse así, obedece en realidad a una cierta incapacidad de Destin Cretton como realizador para huir de unas imágenes meramente ilustrativas. Tal vez sea por el hecho de no tener un material original entre manos, sino el guión ajeno de una adaptación literaria, lo que cohibe sus decisiones formales, pues su anterior filme Las vidas de Grace (2013), escrita por él mismo, no acusaba tanto esa pobreza visual. Quizá sea por eso, o porque los niños cambian continuamente de edad y el realizador acude a distintos actores y actrices, y teme que su intérprete fetiche no pueda lucirse todo lo necesario.

Basada en las memorias de Jeannette Walls, el relato queda encaminado a un ejercicio personal y vital en el que la mujer debe hacer las paces con todo lo vivido, tratar de reconciliarse con la figura paterna. Si bien como trabajo personal en la intimidad resulta un testimonio entrañable, como película El castillo de cristal termina lanzando un peligroso mensaje. Como bien le recrimina la protagonista a su padre alcohólico en una escena de la película, «lo que has vivido no es excusa para comportarte como lo has hecho». Ella, sin embargo, decide perdonar y romper esa cadena de figuras paternas que acaban generando un maltrato psicológico aún cuando tengan la mejor de las intenciones. En el momento en el que se escriben estas líneas, un famoso productor de Hollywood ha recibido incontables demandas de acoso sexual, ejercidas impunemente durante décadas. Sería curioso ver que la sociedad justificase estos actos , de repente, por su supuesta contribución al mundo del cine. Aún con una intención llena de nobleza, una película como El castillo de cristal invita, educa y empuja a la cultura de mirar hacia otro lado.