Crepúsculo: Amanecer – Parte 1 (Bill Condon, 2011)

No deja de ser curioso cómo un sistema de producción construido en base a encontrar franquicias que aseguren la rentabilidad de una saga interminable ha terminado por estandarizar unas características de lo más previsibles.

El primer film de la saga resulta siempre arriesgado y producido en un cierto tono de austeridad. Cuando sucede el éxito, las continuaciones disparan el presupuesto y el derroche de recursos y efectos especiales se hace patente. El proyecto pasa a manos de otros directores, quizá más competentes o capaces de asumir mayor responsabilidad, y las dimensiones de la película crecen hasta alcanzar proporciones monumentales.

Al mismo tiempo, la saga deja de arriesgarse con la intención de agradar al mayor espectro de público posible. Cuanto mayor es el presupuesto, parece que la identidad y el espíritu de lo que se está contando sea mucho menor. La película se estandariza, se convierte en una superproducción del montón, un brillante envoltorio sin sustancia que sólo brilla por la ampulosidad de sus excesos.

Es lo que ocurre con Amanecer. Se trata de la película mejor realizada de las cuatro que hasta ahora componen el legado de Crepúsculo, pero también de la más autoconsciente de su trascendencia para el público adolescente y, al mismo tiempo, evitando todo riesgo posible, es la más autocomplaciente.

Amanecer se ha olvidado de la historia que pretendía contar y se abandona a contentar a aquellos que desean ver a sus personajes favoritos en acción una vez más. Posiblemente la culpa provenga ya de su material literario, también abandonado a la autocomplacencia. El mayor error de la versión cinematográfica quizás sea el no haberse atrevido a frenar los tintes de ridiculez que asomaban en el argumento y que en la gran pantalla resaltan con una potencia aún mayor.

La primera hora completa de la película va destinada a filmar el enlace matrimonial y la luna de miel de dos de sus personajes. Ante un evento así, un libro bien puede dedicar mil y una páginas a describir cada detalle y su redacción resultaría siempre entrañable, pero ¿cómo filmar una boda adolescente? El único aliciente termina por ser la posibilidad de encontrar a todos los personajes vestidos de gala en un entorno idílico, rodeados de una incesante y en muchas ocasiones innecesaria música que no dejará de sonar durante toda la película, intentando generar un tono concreto a las escenas, el mismo que las insulsas imágenes no consiguen producir.  

El montaje es el otro gran desastre de la cinta. Amanecer es incapaz de encontrar un ritmo adecuado durante sus interminables dos horas de duración. El romance gratuito ocupa todas las grandes escenas, filmadas sin pasión y esclavas de un estilo edulcorado que le sustrae su potencial encanto. Las premisas que hacen avanzar al argumento, sin embargo, aparecen atropelladas y mostradas con urgencia, como si la letanía ensimismada del romance le hubiese robado el tiempo a la verdadera historia.

Sólo queda esperar a que el desenlace, la próxima entrega, esté planteada de otra manera. Las películas anteriores que pertenecían al ciclo de Crepúsculo contaban con un presupuesto sensiblemente menor, pero conservaban al menos parte de la identidad primigenia y el espíritu de su original. En la excesivamente medida Amanecer, que trata de contar un momento crítico de la historia, nada presenta el sabor de lo auténtico. Espectáculo planificado hasta el paroxismo. Bill Condon, con seguridad el mejor director que ha pasado por la franquicia, no se parece ni a la sombra de sí mismo.