Confirmado. Ya lo ha conseguido. Katherine Heigl es la nueva cara conocida de esas comedias románticas de sobremesa que no tienen absolutamente nada que contar. Ya ha encontrado lo que buscaba con sus cinco últimas películas: repetir siempre el mismo papel hasta conseguir encasillarse en él de manera que le sea imposible cambiar de registro.
Si, al menos, la belleza incuestionable de la actriz se correspondiera con la mitad de fuerza en la pantalla, o al menos con una calidad actoral que estuviese a la misma altura, sus roles protagonistas estarían del todo justificados, como una nueva estrella del cine comercial más adocenado proveniente de las latitudes americanas.
Sin embargo no funciona así. Que incluso los primeros planos a un bebé en Como la vida misma le ganen las escenas a la cándida actuación de Heigl no supone ningún elogio para una actriz que vuelve a generar una copia de sus últimos papeles en una creación del todo insustancial.
No es éste el único problema de la película. Que el filme se atreva a conjugar el drama de la muerte de unos padres que dejan a su hija al cuidado de unos padrinos que nunca han congeniado con los tópicos más mediocres de una comedia de situación habla muy a las claras de la falta de tacto de sus realizadores y la incapacidad del filme en general para definir un tono concreto.
La historia podría haber generado una gran película dramática y emotiva si no se encontrase siempre navegando entre las aguas de la banalidad más detestable. Cuando quiere ponerse seria, en su tramo final, todas sus virtudes han terminado por desvanecerse antes de tiempo. El único objetivo de la cinta se convierte entonces en conseguir que no haya nada que reprocharle al final de su metraje.
La presencia de Josh Duhamel, por tanto, encajará a la perfección con lo narrado anteriormente. El nuevo dandy americano que tiene mucho de seductor en la pantalla tanto como de pésimo actor no hace más que confirmar que, o bien la premisa de la película es demasiado dolorosa para terminar narrando luego una comedia en tono entrañable, o bien el filme se toma tan poco en serio a sí mismo que es imposible que su espectador medio se lo tome en serio.
Un cine hecho por adultos para un espectador con la misma edad mental que el bebé al que cuida la pareja protagonista. Un cine que no teme hablarle de valores importantes a su público al mismo tiempo que es incapaz de mirarse a sí mismo.