Chronicle (Josh Trank, 2012)

Chronicle comienza con un adolescente que decide grabar con una cámara de vídeo todo lo que le ocurre durante el día, tomando como punto de partida el maltrato que le propina un padre frustrado en estado de embriaguez. Uno es plenamente consciente de la realidad cuando consigue verla desde fuera, con perspectiva, desde el ángulo neutro que proporciona el objetivo de la cámara. Puede que, si hay una cámara presente que lo filma todo, entonces nuestras acciones quizás tengan algún sentido.

La película inicia su viaje con esa idea como simple aliciente visual: la única posibilidad de presenciar el relato es a través de la imagen de la cámara del protagonista. ¿Es también el cine la oportunidad definitiva de presenciar la vida desde el exterior de nuestros propios cuerpos? Porque de eso termina hablando Chronicle, casi sin quererlo, de las posibilidades del cine y de la infinitud de su lenguaje.

La idea de Josh Trank consigue trascender sus pequeñas ambiciones, en tanto que plantea la diferencia entre filmar la realidad y la realidad filmada a través del cine. Plantea el cine como artificio, el de la premeditada puesta en escena que funciona como lenguaje artístico pero no como representación de lo real. Filmar la realidad, por el contrario, nos acerca a nuestra mediocre presencia física, voluble y difícil de controlar. Filmar la realidad nos desvela cantando la música de la radio mientras conducimos, revela nuestras posturas inadecuadas al caminar y cómo estamos más pendientes de nuestros móviles que de nuestro interlocutor.

El metacine de Chronicle acaba víctima de su propia idea inicial, la misma que se niega a traicionar en una historia que plantea no pocos problemas. Los tres amigos protagonistas entran en contacto con un objeto misterioso abandonado en el bosque y la caverna de Platón se convierte entonces en la creadora de seres superiores, individuos que al escapar de la gruta han obtenido el poder de la telequinesis.

El relato agranda entonces sus dimensiones a proporciones descomunales, imposible de seguir únicamente con una pequeña cámara, y entones la película dota a cada cámara, con la que los protagonistas se encuentran durante su travesía, de la capacidad de filmar lo ocurrido. Un recurso lleno de trampas y de delicado equilibrio. ¿Cuántos aparatos de grabación puede haber a nuestro alrededor? El metacine se transforma, de repente, en un silente discurso sobre el universo audiovisual en el que vivimos y en la obsesión contemporánea por embalsamar todo cuanto hemos presenciado.

Puede que el discurso audiovisual generado a partir de una simple decisión estética se haya formado de una manera accidental, pero lo hermoso en Chronicle es que también supone un triunfo como película de superhéroes por sí misma. Tres adolescentes que obtienen una poderosa habilidad sin explicación aparente. Los chicos la disfrutan, bromean con ella, se asombran con sus posibilidades y el cine se asombra con ellos cuando aprenden por fin a volar.  

Lo hermoso en Chronicle es que sabe diferenciar entre la idea de una persona con un superpoder frente a la definición propia del superhéroe, y señala la conversión del héroe como una elección, no como una cualidad inherente a las fantásticas habilidades especiales. ¿Qué es un héroe? ¿No lo es acaso el que asciende a los cielos de tormenta para rescatar a su amigo amado? ¿Lo es también el que renuncia a la vida de un ser querido para poner a salvo al resto de la humanidad? Y si es así, ¿no es un héroe también el que intenta saltarse las barreras burocráticas del sistema para salvar a su madre moribunda?

Puede que esa última premisa, la que condiciona todo el tercer acto de la película, sea la célula identificativa de Chronicle como una de las mejores películas de superhéroes jamás realizadas. La idea de que el bien y el mal, el héroe y el villano, son la misma cosa, surgen del mismo lugar, nacen y mueren a partir de nuestras elecciones y habitan juntos en el interior de las personas. Y si hay una cámara grabando nuestros más imperdonables errores, entonces que el cine nos perdone, nos rescate y le muestre a todos que hubo un motivo para enfadarse con el mundo.