¿Quién soy yo a través de mi memoria? ¿Cómo puedo compartir mi memoria con la de los demás? Eran las preguntas que la Fundación Guimaraes le planteaba a los cuatro cineastas que firman esta película, voces individuales, de identidad ingobernable, que han construido aquí un filme episódico dejando ver muy pronto, de manera inevitable, el emotivo discurso conjunto que subyace bajo sus imágenes. La película termina revelando tanto los pliegues de la memoria como un poliédrico retrato de Portugal y sus formas.
Mientras que O Tasqueiro, de Aki Kaurismäki, se acerca al retrato de lo cotidiano a través del reconocible sentido del humor del realizador, no exento nunca de cierta nostalgia, en O Conquistador, Conquistado Manoel de Oliveira se acerca a la memoria enfrentándola al escrutinio de la historia, certificando la imposibilidad de poner en relación un presente visto sin perspectiva y un pasado visto desde una perspectiva insalvable o, dicho de otro modo, las barreras infranqueables que surgen cuando intentamos compartir, hoy, la memoria de los ancestros.
Y si ellos tratan de hablar de lo cotidiano para acercarse a la verdad de las cosas, a través de piezas breves y dulcificadas por un cierto intimismo, los otros dos trabajos que completan la película intentan desplegar con mayores ambiciones y con duraciones más generosas un discurso que trate de ahondar, de manera profunda, de dónde viene ese sentimiento crepuscular propio del portugués.
Para indagar en esa idea, Pedro Costa y Victor Erice se acercan a Portugal filmando fantasmas, ecos perdidos que susurran historias antiguas. Si Sweet Exorcist, de Pedro Costa, trata de poner en escena los fantasmas de la memoria y los traumas del pasado, es porque sabe que la memoria también la construyen los miedos vividos, los que se callan pero no se olvidan.
Y Victor Erice utiliza su indómita idea del cine para encontrar una huella indiciaria que sea capaz de arrojar luz sobre el presente. La aventura comienza con la filmación de una foto antigua pero pronto se revela, a través de los testimonios de generaciones posteriores, como un encuentro entre la palabra y lo humano al descubrir en el poema de una niña, de apenas dieciocho años, el sentimiento de alguien que siente ya el final de toda una vida. La mirada crepuscular capaz de definir la memoria de un país a través del cine.
Sería conveniente pararse a estudiar el atronador ritmo con el que Pedro Costa planifica su película, con un control del tempo y del montaje que recuerdan, bajo breves y humildes destellos, por qué es uno de los cineastas más importantes del momento. La oscuridad de Sweet Exorcist contrasta con la luminosidad de las formas en Vidros Partidos, la película de Erice que termina convertida en el corazón de todo el proyecto.
El valor de la reflexión propuesta a partir de Centro histórico es tan sugerente como la oportunidad de ver a cuatro grandes autores dialogando entre sí, a través de sus diferentes aproximaciones a un mismo tema. Humor, terror y ternura casi sin solución de continuidad. Puede que las obras de Pedro Costa y Victor Erice sean las de mayor calado por sus conquistas formales y poéticas, pero quien resuma mejor el espíritu de Centro histórico quizá termine siendo Manoel de Oliveira, cuando señala que ya sólo es posible acercarse al pasado a través de la ternura de un recuerdo, ahora tembloroso.