Ernest & Celestine (Renner, Aubier, Patar, 2013)

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Cuando la ratoncita Celestine llega al final de su aventura, dibuja toda la historia que ha vivido junto a Ernest, un oso solitario, adornando los momentos más duros y difíciles con la dulzura de lo soñado. Todo atisbo de hostilidad proveniente del aquella sociedad que condenaba la amistad entre osos y ratones queda desdibujado, escondido tras ilustraciones llenas de sonrisas, como si su travesía personal hacia la convivencia hubiese sido un simple camino de rosas.

Puede que, del mismo modo, la propia película sea un reflejo de una historia mucho más grande, convertida en fábula primero a través de los libros de Gabrielle Vincent, y luego llevados a la película por Stéphane Aubier, Benjamin Renner y Vincent Patar. El ejercicio de síntesis que hace la ratoncita con sus dibujos es, a fin de cuentas, el mismo que hace la película con los avatares de la propia vida: sortear las cosas terribles del mundo para acercarse, lo más posible, a la belleza que rodea el sentimiento mutuo de pertenencia. En cierto modo, Celestine y la propia película descubren que ese sentimiento, capaz de hacer posible lo que parecía imposible, es lo único que vale la pena contar.

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Ernest & Celestine despliega su fábula a partir de hermosas incoherencias: vive y respira un amor profundo al detalle, pero no teme prescindir de los escenarios cuando desea recrearse en la importancia de los gestos. Relata una tierna historia de amistad y no teme excederse en su dulzura pero, al mismo tiempo, intenta ilustrar las sombras tenebrosas que rodean la sociedad en la que viven los protagonistas. No teme mostrar el lado más grotesco de sus personajes, si eso acerca aún más el relato a la ilustración sobre la forma en que sienten y padecen.

A caballo entre la sátira social y el canto de amor (que es también oda al dibujo tradicional como conductor de emociones y como representación definitiva del relato clásico), la película despliega lecturas e interpretaciones en absoluto intrascendentes, con la igualdad como piedra angular y la imposibilidad de poner trabas al sentimiento amoroso como bonito reto a plantear. La fábula se adapta a la sociedad en la que vive, sabe hablar de ella aún cuando los estratos sociales se disfracen aquí de superficie y de subsuelo, en un mundo poblado por osos y ratones. Quizás haya películas más rotundas en su acercamiento a hablar de la libertad de escoger a la persona amada pero puede, también, que no haya ninguna más universal que esta. Y desde luego ninguna que, desde lo sincero, acabe siendo tan entrañable. 

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