El estreno en su faceta de director de un montador excelente como David Pinillos viene a revelar la existencia de un autor de interesante mirada y de notables resultados, que cosechó un notable éxito (y quizá desmesurado) en el último festival de Málaga.
El guión, escrito entre Juan Carlos Rubio, Paco Cabezas y él mismo, muestra las aventuras y desventuras de un joven cocinero que consigue en Suiza el trabajo de su vida. El relato está tratado de tal manera que igualmente podría ser un estudiante de universidad en viaje de erasmus, a fin de cuentas la historia adolescente es la misma.
Lo que la diferencia y la convierte en un plato de muy buen gusto es que todo cambia a través del oficio del protagonista, tomado como un auténtico lenguaje propio. La cocina convertirá la película en un vaivén de situaciones culinarias resueltas con brío, a la vez que funcionarán como metáforas en bruto de todo lo que ocurre fuera de ella.
Porque en eso se fundamenta principalmente Bon Appétit, en lo que ocurre fuera de la cocina, en una historia de amor que pondrá en tela de juicio el trabajo en el restaurante a favor de la persona amada y que le sirve a David Pinillos para teñir de seriedad y de madurez el relato, y para reflexionar sobre distintos temas con una ambición que se le queda muy grande a la propuesta.
Ese choque entre el tono inicial, del que se adivina un filme sencillo y sin pretensiones que va ganando enteros a partir de una sencillez encomiable, con el tono trascendental, dramático y más ofuscado en la historia de amor en su segunda mitad, estará a punto de dinamitar una película que a punto está de no encontrar realmente su rumbo correcto.
Unax Ugalde no ha conseguido desprenderse de ciertos tics en sus interpretaciones que acaban por generar en él un mismo rostro interpretativo en cada película, aunque puede presumir que Bon Appétit se sostiene gracias a su sola presencia. Nora Tschirner, su acompañante, conocida en España por la comedia Un conejo sin orejas, no soporta la comparación con su compañero de reparto y agradará solo a sus más fieles seguidores.
Lo que queda finalmente es una estupenda y sólida representación formal de un relato agradable y de fácil digestión que, a pesar de encontrarse en los cánones de ciertos modelos comerciales de buenos sentimientos, supone un soplo de aire fresco en cuanto a los materiales que es capaz de tratar el cine español. Cine comercial sin renunciar al buen gusto, a la sencillez, y a la encomiable búsqueda de estilo de un director primerizo.