Beautiful (Juhn Jaihong, 2008)

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Continúa el cine trascendental y psicológico de cierta línea de la reciente industria emergente del cine surcoreano y lo hace con un director de nueva autoría, Juhn Jai-Hong, avalado por la estrecha colaboración con uno de los máximos exponentes de ese cine y de esa geografía, el siempre sobrevalorado Kim Ki-Duk.

 

En esta su primera película como director, Jai-Hong viene a firmar un guión que adapta (más bien alarga) una historia de quien aquí produce y cumple más que una simple influencia en estilo y forma. El filme es en sí, una extensión del cine de Kim Ki-Duk y por ende, casi puede pasar por una película suya.

 

‘Casi’, porque a diferencia de Ki-Duk, el debutante Hai-Jong carece de muchos elementos que su maestro sí posee y ya es capaz de dominar.

 

‘Beautiful’ habla sobre el poder de la belleza, de qué enorme influencia puede ejercer en quien la contempla y de cómo puede castigar a quien la posee. Y una vez tratado ese material, intenta profundizar aún más y arrancar la piel de la obsesión a base de impulsos autodestructivos e introspectivos, nuevamente una marca inconfundible de la casa.

 

Pero lo hace sin dotar de humanidad a sus personajes, como si éstos fueran simplemente ratas de laboratorio y no poseyeran una vida propia digna y autosuficiente. Jai-Hong se convierte así en un dios creador despiadado que observa, moldea y manipula a su antojo a sus criaturas y luego se despoja de ellas con crueldad. Es en esa deshumanización y en la recreación paroxista de la obsesión donde resulta imposible identificarse con ninguno de los sufridos protagonistas.

 

La estética y su puesta en escena, presas del estilo surcoreano que ha marcado esta década y también en concreto de nuevo bajo la alargada sombra del maestro, narran a la perfección un relato que rehuye de piruetas narrativas y virtuosismos innecesarios para centrarse en contar lo mejor posible la historia que tienen como material de partida.

 

A medio caballo entre la ‘nouvelle vague’ francesa y el cine del nuevo milenio, el cine de Kim Ki-Duk (y por ende el de Juhn Jai-Hong) se confirma ya como un modelo de hacer cine muy concreto con medios escasos y resultados siempre sorprendentes y controvertidos. El primer filme de Jai-Hong se muestra así como una despiadada fábula moral acerca de los peligros de la belleza en los tiempos donde la importancia de lo visual y  el peso de lo estético lo abarca todo.