Antes que el diablo sepa que has muerto (Sidney Lumet, 2007)

 

BeforeDevil

Posiblemente la última película de Sidney Lumet que podamos disfrutar (cuenta ya con ochenta y siete años) muestra al autor en una tesitura que se escapa de su acostumbrado estilo, aún sin perder su esencia ni los temas recurrentes que intenta manejar en cada uno de sus filmes de uno u otro modo.

Aún más trágico que de costumbre, Lumet presenta su particular tragedia griega a través de dos hermanos, sumidos por la culpa e incapaces de redención. Su propia fábula atraviesa los vértices de toda moralidad posible y acaba derrumbando los cimientos de las vidas de todos los que participan en los actos que acontecen alrededor de un intento fallido de robo a una joyería, proyecto frustrado que prometía acabar con todos los problemas financieros de los protagonistas, pero que los acaba sumiendo en esa espiral de inmoralidad que termina con ellos y con todas sus aspiraciones.

Lumet se lanza al digital, y en él plantea un ejercicio temporal de gran altura: la suculenta idea de construir la línea temporal a través de un solo momento (el asalto a la joyería) y pivotar a partir de ésta mostrando cómo afectan las mismas situaciones a cada uno de los personajes. Es en esa repetición constante de la misma escena, vista a través de distintos ojos, sentida de distintas maneras, donde alcanzamos a comprender la cualidad épica de la cinta, el gran poder emocional con que carga y que se va acumulando hasta llegar a su cenit, casi a mitad de metraje.

Excelentes actores, no ya por su indudable calidad actoral sino por lo que Lumet consigue extraer de ellos, registros desconocidos en cada uno y con los que logran sorprender y convencer: Un Ethan Hawke asustado y descompuesto, superado por la situación y cobarde hasta el último extremo, un Philip Seymour-Hoffman contenido y con una impresionante fuerza en su personaje, que consigue explotar y manejar a su antojo con gran acierto. Y sobre todo, un excelente Albert Finney, ayudado por un hermoso personaje, que comienza como un personaje secundario y que gracias al guión (y en mayor medida gracias al actor) se termina convirtiendo en un tercer protagonista que afianza con fuerza el discurso de esa gran tragedia entretejida a través de flashbacks.

La lástima es que, a pesar de las (sorprendentes) energías de Lumet en su narración y en la calidad de ésta, la propia historia es incapaz de sostener su intensidad dramática ni la convicción argumental que sí poseía la primera mitad. Poco a poco decae en un vaivén de tópicos del género del thriller, sin encontrar resoluciones certeras a ninguna de las historias, tanto que muchas de esas quedan abiertas, y tantas otras quedan abandonadas a un ridículo final.

Justo antes del paso de los créditos, un fundido a blanco, y no a negro, muestra unas puertas del cielo que le son cerradas a todos los personajes, una pureza que son incapaces de alcanzar y a los que parece remitir un nuevo comienzo, una nueva oportunidad que, en el caso de esta tragedia épica, no llegará a ninguno de ellos.