Albert Nobbs (Rodrigo García, 2011)

No son pocas las películas de época de los últimos diez años en las que lo importante es el mero hecho de la representación, la vuelta al pasado y la recreación del momento histórico por encima incluso de la propia historia relatada. El drama de época se convierte en un género respetado con un público deseoso de encontrarse de nuevo bajo ese contexto, en el que reinan las tazas de té, las tardes de caza y los hermosos trajes victorianos. Poco importa lo que se cuenta alrededor de ellos.

Albert Nobbs, la historia de una mujer que se hace pasar por hombre en la Irlanda del siglo XIX, es un proyecto largamente deseado por la actriz que encarna el papel principal, Glenn Close, que no ha parado hasta conseguir a un director que tomase las riendas de la película, firmando incluso el guión de la misma junto con John Banville.

De modo que poco puede hablarse aquí sobre el trabajo de Rodrigo García en la dirección, tratándose de un simple encargo. Se equivocan los que tildan al filme de película con aires de serial televisivo, pues sus problemas tienen otra raíz muy diferente. En un proyecto en el que este autor, siempre interesante en otro contexto, tiene aquí bien poco que contar y no tiene la libertad creativa para crear siquiera un discurso personal, no caben las críticas ni las valoraciones en torno a una filmografía que se desmarca completamente de este tipo de cintas.

De modo que la película ha sido puesta en pie en base, únicamente, a la fascinación de una actriz por querer interpretar a un personaje, por querer construirlo y ponerlo en escena casi a modo de testamento artístico, como si interpretar a Albert Nobbs simbolizase para Glenn Close el cénit interpretativo al que cualquier actor pudiese aspirar. ¿Cómo valorar, entonces, una película que es un mero vehículo para admirar las cualidades creativas de un actor?

El mayor escollo para la interpretación de Glenn Close, sin embargo, no es la ausencia de una historia con fuerza o la mano invisible de un director que sigue con diáfana transparencia los deseos de su actriz principal. La mayor dificultad estriba en un aguerrido maquillaje forzosamente visible para obrar el milagro de la transformación física, una caracterización que limita la expresividad facial de la intérprete y hace más rígida su presencia en la pantalla.

La actriz es consciente de las limitaciones que genera el abundante maquillaje sobre ella, y centra toda la fuerza expresiva de su sufrido personaje en su mirada y en los gestos que puede transmitir a través de sus ojos. Y qué gestos. Bajo la férrea armadura que impide unos movimientos más flexibles y que prohiben la sutileza en la interpretación, Glenn Close ofrece finalmente su clase magistral en el momento en que dota de humanidad a un personaje de tan compleja representación.

La historia nunca logrará despegar. El drama es tan contenido, escrito de manera tan lineal aprovechando de manera tan pobre sus escasos puntos de fuga, que el interés acaba centrado únicamente en su personaje central y en su destino incierto. Bondad, esperanza, ingenuidad y soledad son sentimientos presentes durante todo el metraje, una sensación nada impostora que desvela los nobles intereses de la película.

El guión se equivoca simplemente en la manera de focalizar el drama. La historia de Albert Nobbs está construida bajo la forma de una simple moraleja, todo queda apuntado, esbozado, únicamente anunciado, pero nunca profundiza en una de sus ramas argumentales, la del personaje femenino que vive la misma situación que Albert Nobbs, allá donde sí podía existir una película apasionante.

Todo está en su sitio en la película, desde una elegante fotografía a una estupenda banda sonora, pasando por una dirección artística o un vestuario sobresalientes. Buena parte de su aspecto remite visualmente a La edad de la inocencia (Martin Scorsese, 1993), naturalmente sólo en un sentido superficial. Lo único que se le puede reprochar a Albert Nobbs es la ausencia de una historia a la altura del sacrificio interpretativo de una actriz que ha conseguido un perfecto artefacto para su lucimiento personal, pero no una película de verdad.