Remake firmado por un John Curran fuertemente inspirado por las áfricas de Sidney Pollack con sabor oriental, desprovista del glamour de la Garbo en el original pero cimentada en dos actuaciones poderosas y convincentes.
Al margen de la historia ya conocida por su predecesora de los años 30 y la novela original, esta nueva versión apuesta por la frescura de las imágenes, la limpieza de los encuadres y sobre todo la música, que define, aclara y da forma definitiva al discurso del filme.
Es gracias a la hermosísima partitura de Alexandre Desplat que hablamos de una cinta que consigue sus intenciones y que es capaz de conmover, o al menos inspirar sentimientos en el espectador que no sean de indiferencia.
Edward Norton, sublime en su papel dolido por su realidad y entregado por la del país al que va, ofrece una evolución acorde con su personaje y con el guión, si bien peca en su recreación de un inglés poco expresivo, lo cual está a punto de ahogar su trabajo en una innecesaria opacidad gestual.
Naomi Watts, esa especie de Nicole Kidman suplente que encara los papeles con la misma valentía y vigor que su modelo, hace una interpretación de esas que no se olvidan, que mantienen viva una película y el interés por la historia en el espectador. Soberbia en la creación de un personaje frágil y perdido en un mundo que le viene grande, y su posterior evolución y aprendizaje.
Curran falla en ocasiones puntuales por unas muy malas elecciones de los encuadres, carentes de información precisa y amparadas en el puro preciosismo visual. Pero lo que falla del todo es el mediocre diseño de producción, que está a punto de condenar un producto digno y noble como este a un formato convencional de la teleserie de turno.
La salvan sin embargo sus portensosas actuaciones, la historia que aún sigue vigente, y el discurrir narrativo a través de una música omnipresente, poderosa y bella, un recurso explotado hasta las últimas consecuencias y cuya utilización, aquí necesaria y agradecida, reconduce la película y engrandece su discurso, y la eleva de categoría hasta el punto de convertirla en un filme hermoso.