Espectro es el personaje de James Bond. Un espectro, como en ese largo plano de apertura, que deambula por la pantalla sin más objetivo que atravesarla, atrapado en unas ficciones que lo han condenado a una repetición continua de los mismos actos, ocultos siempre bajo diferentes y sofisticadas máscaras.
Quizá por eso Spectre revisite de algún modo un detalle concreto de cada película anterior de la franquicia, y exclame con ello que el icono de Bond ya no tiene demasiado sentido en lo contemporáneo. Un discurso parecido al de van Sant en Psycho (1998) con respecto al original de Hitchcock o al de Ficarra y Requa en Focus (2015) con respecto al género criminal: hacer cine para exclamar que es imposible hacer cine. O, al menos, que hacer cine desde la nostalgia ya no puede comunicar nada ante la incredulidad del presente.
Quizá por eso Spectre hable de la urgencia del fantasma por marcharse a descansar al fin, ya que a pesar de contar con las que tal vez sean las secuencias de acción más complejas de los últimos tiempos, todas tienen un cierto sabor anodino que Sam Mendes ha querido desplegar durante el metraje a base de un más difícil todavía. Algo así como el Superman de Zack Snyder: que todo sea espectacular es una buena forma de que nada lo sea. De esa manera, Mendes deja al personaje desnudo por completo en un universo del que no puede escapar, condenado a vagar por él eternamente en favor del espectáculo gratuito. Como afirma M ante sus subordinados en una escena clave de la película, «Bond ahora está solo».
Quizá el único problema de Spectre sea que continúa a Skyfall (Sam Mendes, 2012), una película que venía a decir, irónicamente, que el personaje de James Bond estaba más vivo que nunca. En cierto sentido, son dos películas que se miran la una a la otra. Las dos películas de la franquicia que más han puesto en cuestión el concepto de Bond como héroe invencible. Allá donde Skyfall construyó generosos y esperanzadores discursos, Spectre se apodera de ellos y se empeña en derribarlos. Han sido también las dos primeras películas de James Bond filmadas por un auténtico autor, y tal vez esta última haya puesto de relieve el gran problema de esa decisión: en el momento de la verdad, Mendes ha dejado de estar al servicio del personaje que intentaba poner en escena y ha tratado de colocarse por encima de él.