No conviene olvidar la naturaleza de esta película, enésima adaptación del libro de éxito para adolescentes del momento, una fórmula que sigue siendo infalible para reventar las taquillas de medio mundo. Hazel, la protagonista de esta historia, sufre una enfermedad terminal y debe aprender a mirar el mundo de otra manera, una forma distinta de relacionarse con él. Conocer a Gus, un joven que también ha sufrido los estragos del cáncer, vuelve del revés las perspectivas de Hazel y la conduce a una experiencia vital hasta ahora inexplorada.
El material literario de partida ya arrastra consigo muchos de los elementos que empujan al lector a la lágrima fácil y al relato a la catástrofe. Cuanta mayor presión emocional ejerce la tragedia romántica, más se aleja de su naturaleza narrativa para acercarse a un peligroso ejercicio de terapia afectiva, tal y como ocurre con el mal cine de terror cuando se aleja de lo cinematográfico para perseguir la experiencia circense del susto primitivo y las sensaciones propias de la montaña rusa.
En ese sentido, Bajo la misma estrella posee las mismas faltas que sus peores compañeras de género; lo que la hace diferente es la manera con que afronta el destino de sus personajes, desde la honestidad y no desde la explotación gratuita de su destino funesto. En ese sentido, puede llegar a sorprender el equilibrio entre ingenuidad y dignidad en sus personajes principales: el ensimismamiento, propio de la vocación romántica de estos relatos, parece aquí especialmente cuidado para satisfacer a quien lo busca sin que el tono de la película se consagre a ello.
En lugar de poner el tono sobre lo desesperadamente romántica que está siendo cada línea de diálogo, aquí parece más importante contemplar cómo Hazel enfrenta sus adversidades, a través de una Shailene Woodley a quien basta con mirar a los ojos para comprobar la asombrosa manera con que absorbe a sus personajes y los lleva al terreno de lo físico: en la joven actriz importa más cualquier gesto, cualquier mirada o su sonrisa para ir más allá de su texto y dotar de tridimensionalidad a personajes que la han alejado del cliché que han impuesto, por el momento, películas que conforman ya una filmografía singular. Bajo la misma estrella se sostiene en buena medida gracias a su presencia ante la cámara, por la energía que irradia incluso creando a un personaje al que se le agotan las fuerzas.
Pero igual que conviene situar la película en su contexto, también sería justo apreciar esas decisiones que han convertido lo literario en un material puramente cinematográfico y que, en cierto modo, transforman el relato del libro en otra cosa mucho más cercana al cine que otras adaptaciones de su estilo. Cuando Hazel abandona el funeral de un ser querido, la cámara se detiene con ella, la acompaña en su huida en coche, en silencio, durante un largo tiempo, a solas con sus pensamientos. Lejos de entorpecer el relato o detener la película, son momentos como ese donde el film se eleva por encima de aquellos que han intentado trasladar, desde la literalidad, el best-seller de turno.
El agradecido contrapunto de Willem Dafoe como inesperado antagonista o la sugerente manera en que se pone en juego las formas de comunicación del presente (un tema importante del que convendría seguir debatiendo) son otros elementos que insuflan auténtica vida a una película con la vocación de encontrar a ese espectador que no busca tanto el valor de lo cinematográfico como una experiencia puramente emocional. Cuesta creer que Josh Boone, autor de uno de los capítulos de The Horror Vault (2008), haya terminado consagrando su filmografía al terreno de lo afectivo. ¿Vocación o impostura? Una reflexión por la que valdría la pena bucear en su cine.