La música de John Williams parte siempre de los mismos planteamientos estéticos para abrazar diferentes intenciones narrativas. De ahí nace buena parte de la eficacia de su trabajo: una sonoridad reconocible al instante, al tiempo que un inmenso poder descriptivo. La banda sonora de La ladrona de libros decide permanecer en un segundo plano a pesar de su omnipresencia. Apenas hay espacio para el silencio, pero la sutileza del discurso impide pensar en ella como un elemento que sature la narración de la película que acompaña.
El hermoso y sencillo tema principal para piano suena ya en el primer corte de la banda sonora que acompaña al prólogo del filme, “One Small Fact”. Le sigue una cadencia orquestal muy cercana en estilo y sentido rítmico al tema central de Memorias de una geisha y que se convertirá en otro tema recurrente, sólo que aquí la música está lejos de la radiografía interna del personaje y se centra en la colección de infortunios que persiguen a la niña protagonista.
Ese primer corte presenta ya la asombrosa limpieza en la orquestación con la que está construida toda la banda sonora. Una música que encuentra una forma perfecta de recrear situaciones y estados de ánimo con una aparente desnudez en los recursos utilizados. Ningún adorno resulta aquí gratuito, lejos de la opulencia o de discursos grandilocuentes. Esa ausencia de obviedades y el deseo latente de huir de toda evidencia o efectismo insuflan la banda sonora de emoción auténtica, a diferencia de la película, que necesita construirse a sí misma a partir de lugares comunes para forzar el encuentro con un producto para todas las edades.
Para entender esa sutileza que vertebra toda la composición, basta con acercarse a una pieza puramente incidental como The Snow Fight y advertir cómo de esa pasión por cuidar los más diminutos detalles surge otro tipo de grandeza. O en Learning to Read, percibir cómo una frase del oboe permite conectar la introducción con uno de los temas musicales de la película. O la expresiva forma con la que un instrumento protagonista da paso al siguiente en “Jellyfish”. Detalles que engrandecen el trabajo. La banda sonora de La ladrona de libros habla del triunfo de lo minúsculo.
El tema que simboliza al personaje de Max es otro de los triunfos de la partitura. Los cortes Max and Liesel o The Departure of Max explotan el tema de una manera desnuda y apabullante, piezas provistas de un gran poder evocador. Writing to Mama es otra de las grandes piezas, incluso siendo parte del Williams menos comunicativo, porque persigue con insistencia una contención con la que afloran unas emociones difíciles de conseguir a través de la ampulosidad y el exceso, como puede constatarse en el clímax de Rudy is Taken.
Learning to Write o la pieza que da paso a los créditos y repasa los temas centrales de la película, The Book Thief, son también cortes interesantes, aunque no dejen de insistir en los logros ya mencionados. La ausencia de toda trascendencia invita a pensar que la música de La ladrona de libros no pasará a la historia del cine, pero no conviene ignorar el pequeño gran manual que supone en relación con la música para la imagen. Casi parece que la enésima clase magistral de Williams pueda atraparse con las manos. Tanto poder expresivo en un trabajo tan pequeño.