Desde que aquel histórico Toy Story sorprendiera al mundo con su capacidad de representación tridimensional animada en un largometraje y (sobre todo) su conquista de la taquilla, no pocos estudios han tratado de acercarse a un plato tan del gusto de las grandes productoras.
‘Shrek’ y otros sucedáneos más lamentables ya coparon las ansias de Dream Works y otras filiales, pero la pionera Pixar siempre ha estado, tanto en técnica como en contenidos, a mucha distancia de sus competidores.
Hay en Pixar una capacidad de emoción, de trenzas historias, de asumir las ficciones del público y trasladarlas a la pantalla, acogiendo el eslabón entre lo que es imposible de narrar a través de la realidad y haciéndolo a través de la recreación animada, que no tiene ninguna otra compañía.
Es justo lo que no tiene ‘Lluvia de Albóndigas’, un producto prefabricado que, como tantos otros, se abrazan a la segunda división animada y a la eficacia del marketing de las majors para tratar de arañar lo máximo posible en lo económico.
Lo que queda es, pues, una cinta descafeinada con un argumento tan banal y previsible que seguramente ni siquiera capte la atención de los más pequeños. (Ese es otro error: mientras las películas de Pixar abarcan todo el espectro de edad, los sucedáneos sólo tienen la pobre capacidad de atrapar la atención del público infantil).
Sony equivoca sus objetivos y pierde la batalla antes de librarla: el público adulto está tan acostumbrado al cine de animación como género, que se convierte por derecho propio en el mayor objetivo posible, un objetivo que ‘Lluvia de Albóndigas’ margina sin piedad desde su mismo comienzo.
Aunque de impecable factura técnica, de colorido fastuoso y con algunas pinceladas de humor original, el mal gusto implícito en el aspecto visual de la cinta (el propio argumento se presta a ello, con comida monstruosa por todas partes) y la banalidad narrativa de un argumento nimio y simplón relegan la película al montón, a ese cada vez más enorme grupo de películas que tratan de emular a sus referentes y su inútil intento acaba convirtiéndose en un insulto al espectador.