No hay nada como teñir de fábula de ciencia-ficción un relato propio de la teleserie del mediodía para que el cine de grandes presupuestos disfrace de espectáculo lo infumable.
La película de Juan Diego Solanas, que se diría concebida para asegurar su entrada al cine de los grandes estudios americanos, plantea un cuento de hadas situado en el epicentro de un relato antiutópico en el que dos mundos, uno sobre el otro, imponen una coexistencia en la que los habitantes del mundo superior explotan a sus vecinos como mano de obra barata al tiempo que les venden sus productos.
Una enrevesada metáfora del mundo real cuya premisa podría parecer sugerente, pero que en cuanto se pone en manos de lo visual y lo concreto revela la imposibilidad de una representación en términos de coherencia. La película no se molesta, además, en buscar la solidez de sus planteamientos, sino configurar un entorno de fantasía para narrar la previsible historia de amor entre un habitante del mundo inferior y la inalcanzable muchacha del otro lado de las nubes.
La ingenuidad de lo narrado no está presente como manera de ensalzar la inocencia del amor primerizo, sino que toda la función está tontamente sustentada en la idea del beso como reclamo, en el encuentro entre los amantes como generador de sensaciones agradables y no como motor narrativo, lo cual condena a la historia que cuenta a un encadenado de obstáculos previsibles y cuya ausencia de sentido o evolución termina por relegarlos hacia lo ridículo. El esperpento vestido de falso gesto entrañable.
Las disciplinas artísticas que ponen el juego el despropósito romántico tampoco ayudan demasiado. Incesante y nunca apropiada banda sonora, efectos especiales de discutible acabado y diseño de producción que parece engullir a los personajes en lugar de ofrecerles un contexto en el que moverse. No ayuda tampoco la presencia de Jim Sturgess, que pareciera tomarse a broma su papel. Pero lo que de verdad no admite salvación alguna es un guión que no se sonroja al tomar, de manera arbitraria, las decisiones más inverosímiles para avanzar en una trama insulsa e inconsciente, con la que resulta muy difícil implicarse.
La naturaleza infantil del relato queda desvelada en esa incapacidad comunicante. El cuento de amor se inicia con un prólogo en el que la pareja se conoce a una tierna edad y se juran amor eterno durante la adolescencia, lo que empuja a convocar los recursos propios del drama romántico edulcorado y rancio que no son otros que traficar con los conceptos del destino, la casualidad, el tesón y la relación de pareja como elementos propios de un anuncio publicitario.
Lo peor que se puede decir de la fábula que compone Un amor entre dos mundos no es que no tenga absolutamente ningún reflejo en la realidad, sino precisamente que la inconsistencia de sus planteamientos y sus decisiones posteriores no hace más que empujar al abandono de ese mundo fantástico. Cine de la ingenuidad para mentes igualmente ingenuas, uno de los más graves insultos que puede proponer una película. Porque no reivindica la ingenuidad como valor para poder mirar la realidad con ojos renovados, sino que se sirve de ésta para que así nadie cuestione sus errores. Un cine del que conviene huir.