Cuando Barry Windsor-Smith escribió, dibujó y entintó Arma-X, un cómic donde se narraba buena parte del origen de Lobezno, personaje de Marvel, nadie imaginaba que acabaría siendo una película.
Aquella obra maestra del llamado noveno arte describía un proceso pesadillesco al que era sometido Logan, dibujado de manera onírica y compulsiva, por el cual permanecía recluido durante largo tiempo contra su voluntad. El objetivo de ese secuestro era convertir su cuerpo en una máquina perfecta de combate, tratando de diseñar al soldado del futuro.
Que todo ese proceso que duraba unos meses y que Windsor-Smith relató con maestría quede aquí reducido a quince minutos de celuloide dice mucho de las intenciones del filme, que toma prestadas las licencias del personaje para otros fines menos honrosos.
Pero las intenciones de la película se dejan ver mucho antes: Lobezno sólo toma ideas sueltas del material del cómic de su personaje y se dedica a trazar con ellas un guión convencional donde la acción es la protagonista absoluta. Sin el trasfondo de las obras originales y enmarcado en un contexto de testosterona desmedida, la cinta se define pronto a sí misma como un subproducto de acción muy por debajo de la trilogía de la Patrulla-X, por citar el ejemplo más cercano.
Los personajes quedan estereotipados, despojados de su esencia. Lobezno queda convertido en un mero leñador con malas pulgas que destroza todo cuanto se mueve sin motivo alguno, Hugh Jackman se convierte de pronto en Lorenzo Lamas y los diálogos se convierten en una amalgama de despropósitos encaminados a construir una trama insulsa e inverosímil.
Lo que podría resultar un gran filme, pues el argumento que poseía formaba parte de una de las obras maestras del cómic, queda relegado a una de esas cintas televisivas que ayudan a explicar los casos individuales de otras franquicias cinematográficas. En este caso, Lobezno no tiene interés ni siquiera valorando su condición de spin off.
Una viñeta de “Arma-X”, el cómic de Barry Windsor-Smith.