Cada cierto tiempo, para que las conciencias no se apaguen y el mundo del cine, así como sus espectadores (y cineastas) puedan lavar conciencias a mansalva, surge una película manifiestamente en contra de las drogas, y más concretamente en el mundo juvenil y adolescente donde surgen y se mueve gran parte del negocio.
Al toparnos con una película de este calibre en la cartelera española, y más aún descubrir que se trata de un producto nacional, es imposible no acudir primero a las imágenes que todos tenemos grabadas de las diversas campañas publicitarias para televisión contra la droga, rodadas de una forma tan brillante como impactante.
La desgracia es descubrir que esos anuncios tenían más sustancia, estaban mejor contados y eran infinitamente más concisos que ‘Mentiras y Gordas’.
La película parte desde esa intención ideológica y políticamente correcta, con el handicap de estar sostenido en la base de ser el producto comercial de la temporada al incluir en el elenco actoral a todas las estrellas adolescentes nacionales del momento. Las historias se desdibujan y nunca se perfilan con precisión desde el primer momento, pues todas son en realidad un vehículo para el lucimiento (estético sobre todo, en pocos casos interpretativo) de los chicos y chicas que pueblan una historia coral que combina bien el tiempo en escena de cada personaje.
Pero las virtudes de su guión terminan ahí. La película, bien rodada y mejor fotografiada, promete en cada escena una temática compleja, un desarrollo oscuro y profundo, promete contar una historia que nunca llega a aflorar, que se queda en la superficie y que se diluye en la nada en cuanto comienza una nueva escena. La sensación es de fraude constante, y de impotencia, pues es capaz de apreciarse la disposición de los actores, la buena mano en la dirección, la efectividad de los medios técnicos y la universalidad de su mensaje.
Pero se trata de un producto grande que permanece como tal ante las manos de sus hacedores, en un error originado en su punto de partida, en un guión muy poco valiente que se atreve a denigrar a todos sus personajes, a envolverlos en una vorágine sin valores que los ahoga y los convierte en títeres del sistema, pero nunca se atreve a ir más allá de esa valentía estética y aparentemente transgresora.
Pues ese es el principal problema de la cinta, que es siempre transgresora, pero nunca trascendente. Y en esa falta de profundidad en su discurso, en ese deambular de cuerpos esculturales que se mantienen en pie por y para la droga y el sexo que consumen, la moraleja final es tan previsible, tan pertinente, tan inminente, tan correcta que resulta incoherente con la hora y media que le antecede.
Se adivina que ‘Mentiras y gordas’ podría haber sido un muy interesante filme sobre la juventud. No en otras manos, sino bajo otra perspectiva, bajo un discurso interior diferente o, al menos, existente. En la falta de compromiso con la historia y sus personajes caricaturescos se esconde el fracaso de la película.