Es admirable que, a los 62 años, Alan Silvestri haya aceptado con tanta energía y una total entrega el proyecto de la banda sonora completa para Los Vengadores. Se hacía necesario en el apartado musical a un compositor veterano que estuviera a la altura del resto de disciplinas técnicas y artísticas de la película, de redondo resultado.
Pero no conviene engañarse. Silvestri está muy lejos de sus grandes días, de los maravillosos años ochenta, lejos de la furiosa rabia contenida en el tema central de Predator (1987), de los sugerentes devaneos con el jazz en ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988), de la épica de tintes ligeros e ingenuos pero absolutamente memorable en Regreso al Futuro (1985) y también sin oportunidad para desarrollar su faceta reflexiva e intimista (Forrest Gump, 1994 o Contact, 1997).
Lo que se exige de Silvestri para la película es un fortísimo continuo que se pliegue al torrente de acción que es en síntesis el ambicioso proyecto cinematográfico de Joss Whedon. Poco espacio hay aquí para la cautela o los momentos introspectivos, como en el tema Red Ledger, que se saldan o bien con largas notas de pedal en los contrabajos o con el manido recurso de las notas agudas sostenidas en los violines hasta que los pasajes de acción dan comienzo. La belleza de temas como Stark Goes Green se disuelve en pocos segundos porque la película no propicia ni el romance ni la melancolía, y su solitaria presencia en el score parece no estar en coherencia con el resto.
Así pues, la banda sonora se convierte en una inmaculada colección de temas en donde redundan los machacones ritmos para acompañar la batalla y unos omnipresentes metales que parecen anunciar siempre el comienzo de la búsqueda de un tema principal que no llega a concretarse jamás. Tal es el caso de los temas Helicarrier, o el poderoso Don’t Take my Staff. Las fanfarrias de la partitura no terminan, sino que se desvanecen entre la masa orquestal que parece centrada únicamente en acompañar a las imágenes de la película, pero nunca en sumarse a la fuerza épica que contienen estas a través de algo parecido a un discurso musical.
Quizás el ejemplo más claro de esta falta de discurso sea el propio tema principal del score, que puede encontrarse tanto en Arrival como en el corte de créditos, The Avengers. Cuatro notas que las trompas repiten de una manera desapasionada. Pudiera parecer que este es el prólogo para un desarrollo sinfónico de mayor sustancia, pero ahí queda el momento de mayor enjundia de todo el discurso sonoro.
El resto del tema central no es otra cosa que una colección de puentes, fragmentos tendidos con habilidad para encadenar una frase musical con otra. Lo frustrante es que se encadenan con otro puente, sin llegar a contar nunca con una sola línea melódica que resulte brillante o cuando menos destacable. Un tema memorable no lo componen una serie de simples acordes encadenados, ni tampoco la potencia inherente al tipo de orquestación escogida crea por sí misma una fantástica banda sonora.
Tampoco ayuda la adición de la electrónica en ciertos pasajes, que contribuye a diluir la unidad del discurso, ni tampoco unos discutibles ritmos más propios de una película clásica de agentes secretos que de la épica necesaria esencial en un grupo de superhéroes. La llegada del tema principal está acompañada siempre de una batería de fondo que evidencia finalmente la intrascendencia de su contenido. El músico acompaña a Los Vengadores con soberana dignidad, con notable fuerza, pero su trabajo no está a la altura de las impactantes imágenes del metraje. Joss Whedon quiso desmarcar su película de todo convencionalismo del género. Silvestri no lo ha conseguido.