Bolt es un agradable producto infantil que se paladea con aroma tranquilizador. El argumento es el ya clásico viaje iniciático de un personaje que ve cómo su mundo se derrumba y debe emprender una aventura en la que logra reconstruirlo bajo una nueva perspectiva. Todo ello a través de un entorno digital de una estética preciosista y perfecta, al estilo que nos tenía malacostumbrados la factoría Pixar con sus largometrajes.
En cuanto a sus referentes, a ese modelo ya rutinario que adopta Disney y que hasta ahora funciona con holgura, la película bebe mucho más de Cars que de cualquier otro de sus antecedentes, y comparte muchos más elementos en su temática y su desarrollo que el resto de filmes de la productora.
El viaje del perro que cree ser un superhéroe y que descubre que todo es un montaje televisivo comienza con ciertas ínfulas de los materiales de partida del Show de Truman, pero pronto abandona toda posible carga filosófica y traza una road movie convencional que acerca al filme a las clásicas películas de aventuras.
Sus personajes, muy bien definidos, ayudan en parte a conseguir que el festín sea absoluto, y la evolución en cada uno de ellos aporta al argumento la sensación de amplitud y globalidad soberbias.
La lástima del producto es esa falta de interés por transgredir el género que toca, esa genialidad artística y argumental de los creadores de este tipo de filmes, que suelen aportar una profundidad y carga dramática maravillosas a sus obras. Aquí sin embargo siempre está presente en la superficie de la película una cierta apatía, una sensación descafeinada que acompaña durante todo el metraje y que no abandona jamás.
En definitiva, Bolt es una obra menor, un producto que cumple técnica y argumentalmente sus funciones de entretenimiento, pero que jamás se plantea llegar más allá que en cuadrar con mano artesana los hilos argumentales y en ofrecer al público durante hora y media aquello que promete en su comienzo: una película agradable de la que se conoce su final mucho antes de haber empezado.