Si hace poco saludábamos a la ópera prima Planes para mañana como una suerte de filme de buenos resultados con las historias cruzadas como herramienta principal, Propios y extraños podría constituir la antítesis de ese éxito, al basarse también en historias cruzadas alrededor de personas que escuchan el mismo programa de radio, pero definida por todos los clichés posibles sobre el género y una abundante ausencia de carácter narrativo.
La estructura de historias cruzadas banaliza el relato, permite los camines más fáciles y menos arriesgados para sus historias, simplifica la propuesta y le impide en todo momento profundizar en ninguno de sus personajes.
A pesar del interés de algunas de sus premisas argumentales, el guión de Propios y extraños, ganador del concurso de guión de la SGAE, deviene en un ejercicio más preocupado en jugar a la pirueta narrativa, ya convertida en un tópico, en lugar de enriquecer o dar relieve a sus desdibujados personajes.
El hilo conductor, ese programa de radio que une las historias y da sentido a ese ritmo de montaje, funciona realmente como un lastre al obligar a cada microrrelato a establecer un forzado vínculo con ésta.
El debutante Manolo González entrega, pues, una obra llena de historias a medio desarrollar, repleta de moralinas fáciles. Resultan interesantes sus dos relatos sobre la violencia de género, que tampoco encontrarán desarrollo en sus contadas escenas.
Propios y extraños se convierte así en una fábula moralista acerca de la violencia en la sociedad, llena de pequeñas trampas. En ese sentido, por desgracia, siempre quedará más cerca del cine de Fatih Akin que del de González-Iñárritu.