52 martes (Sophie Hyde, 2013)

52 martes (Sophie Hyde, 2013)

 

Mamá va a convertirse en un hombre. Pero la cámara no observa a ese cuerpo en proceso de cambio sino a su hija contemplando al cuerpo, preguntándose si detrás de aquella transformación se encontrará aún su madre o un completo desconocido.

¿Cómo acercarse a un cambio de sexo desde lo real? Quizá lo más hermoso pueda ser contemplarlo desde una mirada adolescente, esa que lo mira todo desde la extrañeza y también, por tanto, desde una sorprendente naturalidad.

Lo real surgirá entonces a partir de pequeños fragmentos de la existencia, de fogonazos deslavazados capaces de sortear los entresijos de la rutina. Instantes tan intensos como dispersos, tan lúcidos como erráticos, que no temen equivocarse o perderse por el camino si esa pulsión radiante ha posibilitado el reencuentro con la sensación de estar vivo.

Por eso la película que dirige Sophie Hyde escoge filmar, solamente, los momentos que pertenecen a esos martes en los que madre e hija se encuentran durante todo un año. La realizadora se lanza a explorar, durante el tránsito semanal, las pequeñas variaciones que convierten al personaje en alguien diferente, hasta descubrir que la más sincera forma de amar no es otra que aceptar esa transformación mutua.

La adolescente, sorprendida y confusa, con la discordante sensación de estar atrapada en el tiempo y atravesar a la vez su propia y profunda etapa de cambios, se filma a sí misma y a sus amigos experimentando con sus cuerpos, aprendiendo aún a mirar y a reconocerse, a encontrar su identidad, descubriendo que el cuerpo esconde también su lenguaje particular. Al mismo tiempo su madre registra en vídeo sus propios cambios físicos buscando superar, con ello, los límites de la cita semanal con su hija para que pueda participar de todo el proceso. De esta manera la imagen filmada se manifiesta, también para los personajes, como el único testimonio posible ante una vida que se escapa de manera imperceptible y efímera. Aquellos vídeos caseros no hacen sino poner de relieve la fugacidad misma del tiempo compartido.

Mientras pasan las semanas un rótulo advierte del nuevo salto en el calendario, indicando la fecha exacta de cada encuentro, acompañado de las imágenes televisivas más significativas de la temporada. En esa operación audaz y silenciosa, 52 martes parece proclamar que no son los grandes acontecimientos los que definen quiénes somos: la experiencia personal es lo único capaz de dar forma al mundo.

Y en esa sincera defensa de la individualidad, del punto de vista, de la aceptación como forma de afecto y del profundo amor hacia la libertad personal, crece y se despliega una película en la que no importa tanto la composición del plano como la frescura que transmiten sus imágenes. Ese equilibrio entre dulzura y espontánea energía, de una vivacidad incandescente e inasible, se sintetiza en el rostro de la joven. Sus dudas la impulsan a existir. El personaje atraviesa la pantalla con todas sus incertidumbres y sus ganas de vivir. Sus ojos parecen preguntarse cómo es posible filmar que seguimos siendo los mismos, si cada segundo vivido nos transforma.

Publicado originalmente en Caimán, Cuadernos de Cine, 38 (89), Mayo 2015.

52 martes (Sophie Hyde, 2013)