La vida útil (Federico Veiroj, 2010)

A veces en el cine ocurren pequeños milagros. Los gigantes se abandonan al olvido y los pequeños acaban saliendo a la luz. En ese sentido, el cine acaba pareciéndose a la vida, en tanto que la verdad se acaba conociendo, y en que el tiempo también pone a las películas en su lugar.

La existencia de La vida útil es un milagro. Una película de nacionalidad uruguaya, de poco más de una hora de duración y rodada en blanco y negro, que se salta todas las previsiones en torno a una distribución que se presume imposible y que acaba dando la vuelta al mundo por el valor de su narración y por la valentía con la que está narrada.

Federico Veiroj parece querer contar su historia a través de pequeños episodios, pero la película avanza en línea recta a través de todos ellos. Todo comienza con un estado de situación de la Filmoteca uruguaya (más cercano a la realidad de muchas filmotecas de lo que su prólogo quiera admitir), a punto de su desaparición en un sistema que no tolera las actividades culturales que no generen una rentabilidad inmediata.

Esto permite a La vida útil convertirse en un humilde acto de amor hacia el cine tanto como lo era Good Bye, Dragon Inn (Tsai Ming-liang, 2003), desde los pequeños gestos hasta los discursos cinéfilos apasionados (impagable análisis didáctico hacia el Alexander Nevsky de Eisenstein). Pero el final de la vida de la filmoteca también pone de relieve el final de un mundo imposible de entender para aquellos que aman lo que hacen.  

¿Y ahora qué?, parecen gritar las imágenes filmadas en absoluto silencio de La vida útil, cuando el motor de una vida dedicada al cine desaparece por completo. Veiroj apunta hacia la imposibilidad de reintegrarse en la sociedad porque a partir de entonces todo sabe a engaño (el discurso sobre la mentira, otro de los pocos pero impagables diálogos de la película), pero también apunta hacia el amor como la redención más pura posible en un mundo que se ha olvidado de todos sus valores del pasado.

Así, La vida útil, que hasta entonces había tenido tímidos coqueteos con el romance, destapa su condición de comedia romántica encubierta, y despliega al fin sus alas con todo el esplendor posible. Se trata en realidad de la historia de un hombre que, después de aprender a amar a través del cine, entiende como verdadero sentido de su vida el poder amar a otra persona.

El valor de la conquista se filma aquí como una auténtica lucha encarnizada por intentar salir de uno mismo, por intentar atreverse. Pocas películas contienen tanta valentía en su acto de filmar como el tramo final de La vida útil. Lo que queda de ella en la memoria también es un profundo acto de amor. El amor a la verdad y el amor a las personas. Y sólo a través de ellas, a partir de ellas, el amor incondicional al cine, el arte que nos enseñó a vivir.