¡Qué dilema! (Ron Howard, 2011)

Qué dilema supone, ante todo, una doble celebración. Es una abierta y despreocupada celebración de lo mediocre, en tanto que propone una historia sin chispa sobre un personaje estereotipado que descubre la infidelidad de la esposa de su mejor amigo.

Empujar a la cómica situación del encuentro constante entre estos personajes y la tensión que esto suscita es la única premisa narrativa de la película, que empieza y termina ahí, convencida de que esa idea será capaz de sostener todo su metraje. Lo que tenemos ante nosotros es, en realidad, una comedia de situación, el capítulo de una teleserie cualquiera que, obligado por el formato del cine, adquiere una duración desmesurada.

La segunda sería la celebración de haber destapado por fin, ante el gran público, la verdadera figura de Ron Howard, y hallar cuál es su verdadero talento cuando no tiene junto a él a grandes figuras técnicas ni artísticas. Celebrar, pues, que por fin se descubre el engaño, lo cual implica el plantearse de dónde han salido realmente las buenas películas de Howard y compararlo casi a lo que ocurriera en su tiempo con otro autor irregular como Anthony Minghella.

Lo que el director de Una mente maravillosa firma aquí, sin pudor alguno, es la enésima comedia americana mediocre sin identidad alguna, que no sólo muestra las relaciones entre adultos como si de niños grandes se tratara, sino que termina por fomentar ese tipo de relaciones humanas para su público adocenado, a través de sus moralejas fáciles. No importan las personas de alrededor, sino el ego. Es el modelo de la adolescencia permanente.

La película resultará vehículo de lucimiento únicamente para su cuarteto actoral (las parejas de amigos), especialmente en las intérpretes femeninas, decididas a relanzar su trayectoria comercial. Winona Ryder parece haberse aferrado a un clavo ardiendo con tal de recuperar su status dentro de la industria y se atreve con una comedia. Jennifer Connelly empieza a vivir desde hace unos años el problema de las actrices de su edad para encontrar papeles a una altura interpretativa como la suya. Los papeles intrascendentes se acaban beneficiando de su intensidad y sobresaliendo del resto.

El espectador que se acerca a esta cinta con el deseo de encontrar respuesta a su situación y tal vez un poco de alivio, se acaba encontrando con la política del conformismo. Película del todo intrascendente, comedia inútil, que no deja de desprender en todo momento el aroma inconfundible de lo mediocre.

La permisividad y la transigencia ante este tipo de productos es lo que ha generado, en gran medida, el estado actual de una industria que ha acabado por utilizar esa permisividad en defensa propia. Descubrir y revelar la verdadera naturaleza de una película disfrazada de inofensiva pero del todo dañina no solamente es necesario, sino fundamental para que un cine como este aprenda por fin a avanzar en otra dirección.