X-Men: Primera generación (Matthew Vaughn, 2011)

El género de los superhéroes ha concebido dolorosos accidentes desde que el cine se atreviera a tratar los personajes de cómic como potenciales protagonistas de películas fantásticas. Tanto la propia franquicia como el director de esta entrega, Matthew Vaughn, no están exentos de ese mismo pecado.

Sin embargo, he aquí un feliz acierto generado por la confluencia de pequeños factores que, puestos en consonancia y en la misma sintonía, terminan construyendo quizás la mejor película del género de los últimos tiempos.

Todo se debe, en gran parte, a un guión que trata de respetar en todo momento el material del que procede. Si la trilogía original de la franquicia consistía en la satisfacción de la simple representación de los héroes en pantalla, Primera generación no sólo juega al mismo ejercicio sino que intenta filmar el lado emocional que siempre falló en las originales. La emoción allí estaba únicamente en ver en la pantalla a los personajes del cómic, y no en las historias que éstos vivían.

Para alcanzar este éxito, la especificidad de los detalles y el respeto hacia ellos han acabado por tejer una película de más de dos horas de duración, siendo una película de mero entretenimiento como desea ser. Se trata de una decisión inevitable si existía el deseo de una representación fiel de una historia que bien podría ocupar la densidad literaria de una novela completa. Pero incluso a pesar de su larga duración sigue siendo la película menos pretenciosa de toda la saga.

El otro feliz acierto es una labor de casting que puede celebrarse como una sugerente cantera de prometedores actores que han aceptado sus papeles conscientes de que la película es un filme de segunda fila pero que bien podría lanzar sus carreras definitivamente. Especialmente James McAvoy y Michael Fassbender, que se ven ampliamente beneficiados por la profundidad argumental y emocional de sus personajes, regalan un pequeño recital interpretativo de manera conjunta, encargados de representar la maltrecha amistad entre el profesor Xavier y Magneto.

Si bien la presencia de Jennifer Lawrence siempre resulta especialmente atractiva, en su carnal e intensa recreación de una joven Mística, la actriz se equivoca al elegir un papel que supone un paso atrás en su carrera. Su nominación al oscar en su anterior y mejor papel hasta la fecha, el de protagonista en Winter’s Bone, clamaba al cielo por un nuevo papel que estuviera a su altura. Aún es una intérprete joven, pero la fuerte tentación de un cine comercial que asegure su futuro puede ahogar también las cualidades que ya ha mostrado en su filmografía.

Una excelente partitura épica de Henry Jackman siempre presente a lo largo de la película, y un soberbio trabajo de iluminación de John Mathieson, operador habitual de Ridley Scott, crean la atmósfera ideal para un filme como este. Unos efectos especiales que bien hubiera deseado Bryan Singer para sus propias películas tapan algunos agujeros que dejan sus actores más jóvenes y potencian las acciones de sus personajes.

Podría hablarse de ésta como la mejor película de Matthew Vaughn, en tanto que es su obra más redonda, más honesta y menos ingenua, aunque no haya sabido liberarse del todo de aquel estatismo visual que tanto perjudicaba a la anterior trilogía. La calidad del guión y la presencia de Bryan Singer tras el proyecto hacen pensar, sin embargo, que es la película que menos pertenece a Vaughn como autor, y eso ayuda a explicar muchas cosas que acontecen en el filme.

Esta precuela, que funciona como película independiente de la saga original, merece un lugar destacado en el cine americano de esta temporada, pues no es sólo un perfecto oasis de lucimiento para los actores del presente más inmediato, sino que se trata de una película de superhéroes que toma la filosofía del cine de Christopher Nolan, salvando las distancias, por supuesto,  para representar a esos personajes.

Un cine de superhéroes donde el género pueda contar historias profundas y emocionalmente hermosas, pero que sea capaz al mismo tiempo de permanecer fiel al lugar de donde proceden esas historias.