Useless (Jia Zhang-Ke, 2007)

 

Useless

Tras el díptico formado por ‘Naturaleza Muerta’ y ‘Dong’, ficción y documental respectivamente que trataban el mismo material, y tras su éxito con la primera en el festival de Venecia dos ediciones atrás, Jia Zhang-Ke regresa con ‘Useless’, un atípico documental que juega con las mismas estructuras narrativas fragmentadas que el director siempre utiliza en su cine. Estilística y formalmente parece decirnos que la barrera entre ficción y documental es apenas imperceptible: ambas son evocadas la una como parte indisoluble de la otra, sólo que una es recreada y la otra es evocada simplemente a través de las imágenes.

Esta nueva obra apela a la condición humana a través del oficio de costurero y de sus diferentes ramificaciones sociales. No se trata en realidad de una observación superficial hacia el precario sistema de trabajo del gremio, sino que se manifiesta poderosamente como una descripción sin fisuras de las incongruencias y miserias que plantea el sistema económico chino y, por evidente extensión, el sistema mundial.

Si ‘Naturaleza Muerta’ adoptaba una división en dos partes para luego plegarse sobre sí misma y volver a la historia de origen, ‘Useless’ está estructurado en tres partes muy diferenciadas, atadas sin solución de continuidad bajo nexos de unión de una aparente casualidad que trata de mostrar mundos diferentes discurriendo al mismo tiempo. Lo único que cambia es la mirada, el enfoque, pues todo discurre en realidad al unísono.

Asistimos primero a una fábrica de trabajo en cadena, donde somos testigos de las condiciones infrahumanas a las que son sometidos los trabajadores. En la parte central del filme se nos muestra el triunfo en París de una diseñadora con una propuesta que relaciona el diseño de ropa con la tierra, y la convivencia orgánica entre ambas. Una tercera y última parte, donde el director parece mostrarse más cómodo, muestra diversos locales de costura que subsisten en el país bajo una extrema pobreza y que contrasta enormemente con el éxito mediático del que hemos sido testigos sólo unos minutos antes en París.

Esas son las relaciones que interesan a Zhang-Ke, un mundo globalizado en el que todas las miradas son posibles, interconectado a través de las experiencias de las personas y de los alarmantes contrastes que se dan en ese mundo. Una geografía que el autor chino encuadra dentro de su propio país, tratando de sacar a relucir una realidad que clama un importante cambio social y económico, y lo hace con una sublime precisión fotográfica y con una intención estética muy estilizada siempre presente, a pesar de la crudeza del material con el que trabaja.

En ‘Ten Years’, maravilloso cortometraje proyectado inmediatamente antes del documental y que relata los encuentros fortuitos entre dos personas en un tren a lo largo de diez años, ambas terminan interrogándose la una a la otra, años después de haberse encontrado por primera vez: “¿Por qué siempre estás contigo?”. La pregunta resuena a lo largo de la obra posterior y a lo largo de sus imágenes, donde se trata de empujar al espectador a ser partícipe del relato, a hacerse consciente en todo momento de las tres realidades mostradas y de cómo éstas pueden convivir conjuntamente en un mismo universo.

Así es el cine de Jia Zhang-Ke, un cine de silencios, de momentos, donde el poder de la palabra pierde su esencia y las imágenes bucean continuamente en sí mismas tratando de revelar un significado propio, tratando de dibujar un relato que trascienda a la historia, y en el que se reta al espectador a sostener la mirada a pesar de la dura realidad de la que está siendo testigo. Historia que pretende ser ilustrada y trascendida a través de los vestigios del pasado impregnados sobre los vestidos, tal como cuenta la segunda parte del documental en esas ropas que pretenden convivir con la tierra y absorber así todo lo que ésta ha vivido.

Una vez finalizada la obra, caben preguntarse muchas cuestiones acerca de la condición humana que han sido planteadas con acierto, con el silencio y la capacidad de observación como armas fundamentales. Unos interrogantes que apabullan por su magnitud y por su condición necesaria en un mundo que toma diariamente el pulso al relativismo y a la falta de principios morales.

Pero también cabe preguntarse sobre los recursos estéticos que maneja el director sobre la historia que desea contar: ¿Es ético mostrar las miserias humanas a través de un prisma cinematográfico sofisticado, que busca la belleza del encuadre y el acierto estético a veces incluso por encima del respeto a la propia narración, ahogando el poder que tiene la realidad mostrada sobre la capacidad del espectador de cuestionarse sobre lo que está viendo? ¿Es menos ético quizás este tratamiento de la realidad que el propio hecho de mostrarla? Preguntas acerca de la forma que se vuelven pertinentes al comprobar que Zhang-Ke filma con mayor contención estética su cortometraje de ficción que la propia realidad mostrada en el documental, de la que es espectador privilegiado.

Y en ese sentido, cabe elogiar la valentía del director por dos razones fundamentales: Primero por no ocultar su forma primigenia de hacer cine, navegue en la ficción o en la realidad, utilizando los recursos propios de la ficción para la realización de un documental difícil de digerir. Y en segundo lugar, por atreverse a sacar a la luz una vez más la realidad de su país y las contradicciones del mundo en el que vive. Su sugestiva, atrayente y delicada manera de hacernos partícipes es toda una declaración de principios sobre cómo debe entenderse el cine del nuevo milenio.