Considerada una de las grandes cineastas del presente del cine francés, la filmografía de Claire Denis parece haber respirado siempre a caballo entre la tradición francesa y el estudio obsesivo de sus personajes, como si la misión final de una película fuese construir del todo una personalidad, una manera de ser y unas ideas, y también la recreación física definitiva del ser humano y de sus pulsiones más elementales.
Cine de lo físico, pero que quizás no sea aquí su máximo exponente. El elemento cinematográfico que define a Una mujer en África es sin duda la elipsis, lo que no se cuenta, lo que deja de contarse, o el relato que da un salto y vuelve atrás mucho tiempo después, desafiando la lógica del tiempo y también de la pantalla.
El contexto africano, la situación hostil en un país ajeno, parece avivar la expresión de experiencia extrema, de recuerdo especialmente valioso. Claire Denis parece querer contar que las historias ya no nos importan, tal y como nuestros viajes a tierras exóticas. A nadie le importa ya descubrir su itinerario, las travesías en tierras remotas o las curiosidades de la vida cotidiana. Tal y como si se tratara de un recuerdo fugaz, las elipsis ayudan a contar el relato ilustrando solamente los momentos clave de una historia fragmentada.
Y qué mejor manera de contarlo que con Isabelle Huppert como eje central, la actriz de todas las actrices, una de esas intérpretes capaz de dejarse la vida en la pantalla. Puede que, con ella, Denis haya encontrado al rostro ideal, una actriz que no sólo recite el texto y encarne al personaje, sino que participe también de esa pulsión física a la que la directora francesa arrastra siempre el filme, con el relato, imagen y también personajes incluidos en ella.
Lo cierto es que el cine de la realizadora siempre parte de una simple idea, de una escena o una imagen. En este caso, nace del deseo de filmar una historia que parta desde unos soldados que gritan a una mujer desde el helicóptero en el que huyen del país. Y a partir de ahí, construir la historia de una mujer que lucha por mantener su hogar y que acabará huyendo por mantener su propia vida.
En ese proceso de desvinculación de un lugar, de un hogar temporal que en el fondo no deja de representar un emplazamiento ajeno, la película encuentra su verdadero sentido. Cuando el líder de una guerrilla se encuentra con los restos de la vivienda de la protagonista, señala aquellos objetos como “basura blanca” (White material, el título original de la cinta), y de eso precisamente va Una mujer en África, del inevitable rastro que dejamos allá donde nos dejamos el corazón.
Si la película deja de tener sentido o poco importa el destino de sus personajes es porque, en el fondo, a Denis tampoco le importaron del todo. Ella sólo es capaz de amar las elipsis, el poder de la imagen, el movimiento de la cámara. Ella sólo ama el lenguaje cinematográfico, y hace lo que mejor sabe. Lo homenajea de la mejor manera posible, descubriendo nuevos horizontes, planteando pequeños hallazgos al filmar cada toma. En sus diminutos descubrimientos narrativos cobra sentido el sentimiento de autodestrucción y sacrificio que siempre tuvieron los personajes de su pantalla.