Superando las trabas de un montaje muy poco hábil en su estructura y en su ritmo expositivo, la sensibilidad se apodera de cada uno de los momentos. El poder de empatía, presente en cada secuencia, se filtra en la manera de retratar a esas personas, presas de una enfermedad que no consiguen entender y que les produce una alteración de la realidad que ellos perciben como la absoluta verdad (una inquietud, una cierta verdad, como dice uno de ellos).
El poder del filme emana del comenzar disperso y sin capacidad de diálogo con el espectador para irse mostrando permeable progresivamente, relatando un acontecer cotidiano en el que la identificación con los que padecen la enfermedad es total. Pronto entendemos su situación, la distorsión paranoica que ellos perciben como real y la inexistente condición de enfermedad que viven.
Una Cierta Verdad subraya los valores con los que los profesionales de un hospital mental en Sabadell tratan a esos pacientes: con cercanía, con respeto, con un entrañable afecto que les devuelve su dignidad. Pero también, a través de su naturalismo y de un relato sin fisuras, ofrece con una objetividad aplaudible la cara amarga, los errores que se cometen, las injusticias y las soluciones imposibles que se pretenden.
Cuando se aparta de sus hilos conductores principales, el documental muestra a una sociedad que estigmatiza rápidamente a aquellos individuos que padecen esquizofrenia, ya sea a través de los efectos que en ellos produce la medicación, o a través de un tratamiento personal que tal vez sea efectivo pero que no siempre resulta ortodoxo.
La sensibilidad de Una Cierta Verdad se va tornando poco a poco, al mismo tiempo, en el conducto perfecto para mostrar la crudeza del día a día de aquellos que sufren la esquizofrenia, no sólo a quienes la padecen sino también a la gente que le rodea. De repente, el documental ha conseguido hacernos sentir en su piel, a través de documentos imperdibles, a través de casos concretos de hermosa pureza.
En el fondo, lo más hermoso de la cinta no es que logre emocionar poderosamente a través de las enormes y lamentables fisuras de un montaje imposible, de una duración desmedida, de un ritmo inexistente, de una música indeleble.
Lo más hermoso es que nunca pretende engañar, nunca se plantea manipular ni hacer trampas en su discurso, siempre es honesta consigo misma, como aquellos que intentan ayudar a los enfermos, como esa mirada que se esconde tras la cámara y que muestra una de las enfermedades más comunes y a la vez desconocidas de nuestros días.
Como ese espíritu latente y casi tangible que la cámara recoge escondida en lo cotidiano y que, de repente, en intermitentes momentos plenos de belleza, sus imágenes son capaces de atesorar toda la verdad de ese mundo.