Push (Paul McGuigan, 2009)

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En el saturado mundo de las franquicias de superhéroes que han vuelto a repoblar la cartelera en los últimos años, nace con relativa actualidad el filón de los héroes creados especialmente para el cine. Ocurrió hace poco con la fallida Jumper y con una serie televisiva de éxito, que intentaba ganarle la partida al cine creando una colección de lugares comunes que resultaba impostora y sin interés cinematográfico alguno.

Este filón creativo, dotado de poderosas y sugestivas ideas de partida tratadas y desarrolladas por y para personas que buscan el entretenimiento masivo a cualquier precio, acaba sumido en una nadería absoluta que hace lamentar en cada momento el enorme potencial que tenía su premisa inicial.

Y de repente todo parece confabularse para hacerse lo más terrible posible: unas actuaciones corales a cual peor, convirtiendo a sus personajes en chistes andantes, una narración plana y sin interés alguno, que nada a la deriva retratando la historia con apatía y torpeza, y finalmente, un guión que desborda mucha más ingenuidad de la necesaria y pierde toda su fuerza justo cuando deja de presentar la situación dramática inicial.

En esa sobredosis de ingenuidad radica el principal problema del filme. Una ingenuidad que confía en que la historia hará olvidar al espectador esa planicie narrativa de la que hace gala en todo momento, esas actuaciones pésimas en un reparto que lucha por ver quién de ellos tiene menos carisma, un Djimon Honsou que se descree a sí mismo en su primer papel de villano, y una fotografía tan colorista y caótica que ayuda a perderse en el aburrimiento propuesto por el relato.

Si las premisas de los nuevos héroes nacidos para el cine sin pretensiones desmedidas fueran tomadas por autores de interés, o al menos, fuesen tratadas con la seriedad y la dedicación que merece una apuesta de este calibre, nos encontraríamos sin duda ante un producto muy distinto a éste: una película comercial totalmente olvidable.