Película áspera y ruda de los hermanos Coen, vestida de comedia y con combatiente espíritu fabulesco, Un tipo serio transita por los caudales de un aparente relato que gira en torno a la religión para acabar contando una historia universal.
A partir de un prólogo onírico y de tintes legendarios que funciona a modo de paradigma de todo lo que ocurrirá después, la historia protagonista se desarrolla en unos años 50 que parecen gritar esa universalidad y atemporalidad de un relato tan poderoso como esquivo y poco accesible.
Tal y como los consejeros religiosos de la comunidad, la película no ofrece nuca respuestas claras en el desarrollo de la historia. Simplemente sugiere interrogantes que el espectador debe cuestionarse a lo largo del metraje y tras finalizar éste, y que, como esa historia imposible del dentista que el rabino cuenta al protagonista del filme, es capaz de indicar caminos, posibles ramificaciones, preguntas que permanecen omnipresentes en todo el relato y que son apenas esbozadas en una continua representación de lo cotidiano.
Que la película castigue duramente la moral judía y haga incluso burla de muchos de sus ritos tradicionales o sus criterios de pensamiento poco tiene que ver con una crítica social o un desprestigio directo hacia los valores religiosos, que ya sin duda habrán levantado ampollas en más de un sector.
Lo que conduce verdaderamente el relato es la indefensión de un hombre que, aún llevando una vida justa y honrada, no encuentra consuelo ni solución posible a una etapa de crisis en ninguna de los planos a los que acude. Ni el odio, ni la desesperación, ni aceptar dinero ilegal, ni el sexo fácil, ni el evitar la humillación o escapar de la rectitud lacerante que impone su religión, son caminos que allanen un camino difícil que parece no tener fin.
Son importantes la honestidad y la moral en un mundo en que todo parece valer, la ley del más fuerte se impone, y nadie piensa en otro que no sea uno mismo?
Los hermanos Coen, en uno de sus relatos fabulescos mejor conseguidos, parecen apuntar, tras esa hipocresía social de la que hacen gala todos los estratos sociales presentados en el filme, que ninguno de ellos tiene razón en sus absurdos y laboriosos discursos, pero que la verdad se encuentra en esa colección de imperfecciones, y es trabajo de uno mismo desvelarla a través de esos pequeños retazos, que cada individuo con el que nos topamos propone en nuestro camino.
Que la película tenga la valentía de fundir a negro justo en el clímax argumental es otro de los aciertos maestros en una cinta que, tal y como ese profesor de matemáticas que lucha contra el mundo, apuesta por la formulación de preguntas complejas y de difícil solución y que se niega a dar respuestas fáciles.
“Las matemáticas son un lenguaje que ayuda a comprender otras disciplinas”, dice el profesor a su alumno oriental, antes de recibir un soborno que dudará aceptar toda la película. A su vez, los encuentros con otras personas y las dificultades de la vida cotidiana son el lenguaje que ayuda a comprender la vida en su conjunto, a pesar de que ésta se niegue a dar respuestas fáciles.
Son los Coen los verdaderos defensores de un cine clásico americano que algunos se empeñan en cantar su muerte, habiendo éste crecido, evolucionado y adaptado a las estructuras maestras que ahora plantean estos autores.
Ya quisiera el sobrevalorado cine de Clint Eastwood ofrecer un cine clásico americano tan vivo, fresco y actual como el que hacen los Coen.
Ya quisiera el realizador de Million dollar baby que su cine fuera capaz de dialogar con el cine clásico, de ofrecer continuas resonancias con él y de hacerlo evolucionar a través de un discurso renovado y con la visión del presente.
En su lugar presenta un modelo fosilizado de un sistema anacrónico que jamás ha evolucionado, pretendiendo hacer creer al espectador, víctima de un engaño que peca de la falta de rigor de aquellos intelectuales que han erigido a Eastwood en un profeta de nuestro tiempo, que ese cine es el que hay que rescatar y no otro. Cómo pretende hacerlo, además de burlándose de sus propios espectadores?
Los hermanos Coen se preocupan no sólo de rescatar ese cine, sino de darle más vigencia que nunca en el presente a través de una película poderosa y plena de coherencia, mientras que Eastwood se empeña en llamar tonto a su público a la vez que no hace sino lamentarse por la época de esplendor perdida y que él es incapaz de retrotraer al presente.
Que Un tipo serio pase desapercibida y que sin embargo triunfe el cine de Eastwood es una clara muestra del panorama en el que se mueve el público del presente. Un público que desea historias autosatisfechas de sí mismas y no relatos capaces de generar preguntas y cuestiones de amplia profundidad en cada uno de ellos.
Los habituales colaboradores del tándem fraterno alcanzan aquí, nuevamente, las mayores cotas posibles de genialidad. Roger Deakins realiza su enésimo trabajo maestro en una fotografía perfecta y poderosa, que imprime definitivamente al filme su condición sólida, precisa y firme tanto en sus convicciones formales y argumentales como, gracias a Deakins, en las visuales.
Carter Burwell se aleja de sus últimos trabajos más convencionales y firma aquí una partitura solemne, una rara avis llena de belleza y de cuidado tratamiento orquestal, más cercano a Franz Waxman y su Crepúsculo de los dioses que a los anteriores grandes trabajos de su autor. Finalmente, música, imagen e historia se dan la mano para construir un discurso tan importante como sugerente, tan acertado como hermético en sus conclusiones.
Se trata, definitivamente, de la mejor fábula que han escrito los Coen, en tanto que es una de las más accesibles. Disfrutarla está en manos de quienes sepan apreciar ese lenguaje capaz de cuestionarse preguntas complejas sin la necesidad de generar respuestas sencillas, y en manos de quienes no se dejen doblegar ante aquellos que dicen, con demasiada facilidad, que es otro autor quien abandera el cine clásico americano.