Los límites del control (Jim Jarmusch, 2009)

“Are you an american gangster?”, preguntan unos niños ante la presencia de Isaach De Bankolé, atraídos por su aspecto. Lo mismo puede ocurrir ante cierto tipo de público que se acerque a la película de Jim Jarmusch con los ojos juveniles e ingenuos de quien espera encontrar un relato convencional.

Los límites del control, maravillosamente fotografiado por el imaginativo y siempre espectacular Christopher Doyle, es un absoluto lienzo en blanco, tal y como el cuadro con el que se encuentra Isaach en una de sus recurrentes visitas al museo Reina Sofía en Madrid.

Al igual que su itinerario, compuesto de pequeños encuentros con los contactos que encuentra para completar su misión, el trayecto a través del museo y sus imágenes ofrece la resonancia perfecta entre vida y arte para quien sepa mirar y establecer relaciones entre una y otra.

Un trayecto orquestado a modo de variaciones instrumentales, una serie de imágenes, lugares y personajes sucesivos que, tal como los cuadros en el museo, componen un discurso común. Y es un discurso lleno de intrigas, que se niega a desvelar sus fisuras, las explicaciones racionales, y deja tantos huecos por llenar que el relato es distinto para cada espectador, tal como pudiera ser la interpretación de aquel cuadro con una sábana blanca sobre él.

Un viaje que le lleva hasta España y que no conoce, un trayecto en silencio, escuchando, deleitándose con los pequeños placeres y los pequeños detalles. Una personalidad que cambia de traje cuando cambia de contexto, tal como nosotros. Un camino que sólo conoce el siguiente paso y desconoce todo el resto de su misión, tal como nosotros. Y un mosaico de personajes (y actores) que enriquecen el texto que subyace sutilmente tras esa aparente letanía, y esa equívoca superficie sin sustancia.

Silencios, interrogantes, humor, el aroma de lo cotidiano, y el arte.

El cine toma de la mano a las otras artes para contar su historia, para narrar un camino que tiene que ver también con la pintura, con nosotros mismos, y con la música, música personificada en el flamenco, capaz de relatar y complementar, bajo su propia visión, las ideas que esas variaciones cuentan. Le dicen a Isaach De Bankolé que no se preocupe, que la guitarra le encontrará a él. Y finalmente le encuentra.