En la Celda 211, el cine español lograba alcanzar lo que llevaba casi dos décadas persiguiendo: realizar una película a la manera del cine americano con las pretensiones de conformar una industria capaz de competir con aquella.
Los procedimientos narrativos, las conquistas visuales, y sobre todo la cercanía a un cierto ritmo y cierta estructura comercial han hecho posible el “milagro”.
En Un Profeta, el cine francés trata de acercarse por el contrario a la mirada del viejo Hollywood, como si el actual les fuera ajeno o, más concretamente, como si no les interesara en absoluto.
Un Profeta cuenta el ascenso, desde el más profundo anonimato hasta la posición más elevada, de un joven preso que trata de escalar posiciones en las mafias organizadas como único modo de supervivencia.
De una duración colosal y un desarrollo denso y dramático, encuentra su mayor referencia (estructural y argumental, que nunca estilística) en El Padrino, y la campaña de marketing en torno a ella ha intentado lo posible para mantener esa comparación.
Nada más lejos de la realidad, sin embargo. El filme de Jacques Audiard es fiel a sí mismo, tiene coherencia y consistencia interior, y es un magnífico relato de entretenimiento, pero carece en absoluto de la potencia dramática y del carácter epopéyico de aquella.
Lo que plantea Audiard en el fondo, a pesar de su factura técnica y su ritmo impecable, no es más que un drama carcelario al uso que, si bien sobresale por encima de la media por méritos propios, no trae nada nuevo a su denostado género.
Un montaje frenético, una maravillosa fotografía, con magníficos planos rodados en celdas de apenas dos metros de longitud, y un soberbio guión que avanza en un continuado crescendo y que jamás descansa, son las mayores bazas de la película de Audiard, que no encuentra sin embargo actores cómplices capaces de encarnar todos los matices necesarios para personajes tan profundos y complejos como los que intenta retratar.
Excelentes ideas aisladas: la opción de mantener al fantasma de la primera víctima de nuestro protagonista como un personaje más de la cotidianidad de su verdugo resulta brillante. Sin embargo la necesidad de someter al protagonista a constantes salidas del contexto carcelario, a través de sus permisos ocasionales, no lo es en absoluto.
Se trata en suma de un filme de desmesurado metraje que trata de contar, de la manera más sofisticada posible, hasta qué punto puede llegar un hombre para sobrevivir en un ambiente del todo hostil. La ligereza y la capacidad de síntesis hubieran convertido realmente la cinta en una obra maestra, y no lo contrario.