¿Puede haber una premisa más absurda que la de Un pequeño cambio? En su afán por repetir la fórmula hasta un agotamiento no solo preocupante sino capaz además de fagocitar todo atisbo de originalidad a su alrededor, la gran industria y el público adocenado se han puesto de acuerdo en no exigirle nada a una película.
Surge así la enésima comedia romántica, si es que puede llamarse así realmente, acerca de la mujer del nuevo milenio, soltera y autosuficiente. Los tópicos no han hecho más que comenzar. Están presentes desde el primer minuto, pero alcanzan su apogeo en cuanto Jennifer Aniston, incapaz de superar las limitaciones interpretativas de las que siempre ha hecho gala, decide tener un hijo a través de la inseminación artificial.
Si es necesario cerrar el círculo de la comedia mediocre, mal llamada moderna al utilizar temas de actualidad con cinismo e irresponsabilidad, no puede faltar el amigo de la mujer que acaba dándose cuenta de que siempre ha estado enamorado de ella. La diferencia es que la presencia de Jason Bateman es capaz de añadir algunas gotas de credibilidad a su personaje que están a punto de salvar la cinta por completo.
La acción que da nombre al título, que puede imaginarse con facilidad y que resulta tan absurda como mal planteada, dará pie, tras una elipsis temporal de varios años, a una película totalmente distinta.
Y es en ese momento, en el que Bateman y el pequeño y encantador Thomas Robinson tomen por fin el rumbo de la cinta, la carguen a sus espaldas y Aniston comience a desaparecer del relato a favor de la relación paterno-filial, cuando realmente el filme encuentre algunos fogonazos de sinceridad, especialmente en unos diálogos situados por encima de la media.
Por encima de la media puede sonar aquí a bien poco, pero ayudan a que el filme se eleve un palmo por encima de sus pobres competidoras. Tal vez si hubiese tenido otra pareja protagonista, otra premisa inicial, otro director y otro argumento, quién sabe, podría haber sido una película maravillosa.