Cesc Gay confesó que los guiones de sus mejores películas nacieron a partir de experiencias cercanas de las que había sido testigo. En la ciudad (2003) y Ficció (2006) alcanzaban un sobrecogedor espíritu de honestidad arrastradas tal vez por esa experiencia de lo vivido.
No es de extrañar, pues, que en las páginas de Truman se esconda también el intento velado por parte de sus autores de hablar de una experiencia próxima, en tanto que el mayor tesoro de la película es cómo el texto respira una cierta verdad. Ni siquiera las solventes interpretaciones del dúo protagonista se acercan al amor que siente Cesc Gay y Tomás Aragay, su coguionista desde hace más de una década, por estos dos personajes: dos viejos amigos que se reencuentran cuando uno de ellos se halla en la fase terminal de su enfermedad.
Para poner en escena ese hermoso material, la película recurre a la complicidad continua que generan Ricardo Darín y Javier Cámara desde la acción cotidiana. En cierto sentido, Cesc Gay ha vuelto a hacer una gran película pero moviéndose en terrenos muy distintos a las que transitó en el pasado: si En la ciudad o Ficció eran estilizados retratos de la soledad en la gran ciudad representados bajo una mirada de espíritu anónimo y casi aséptico, Truman parece construida como si se tratase de una comedia idílica del cine argentino de la década de los 2000, como si Cesc Gay resucitara un género ya agotado para encontrar en él la única forma posible de representación de un relato que, de otra manera, se perdería en la imposibilidad de encontrar términos medios entre tragedia y comedia.
Quizá en ese equilibrio esté lo más interesante de Truman, porque la cámara se limita a observar a los dos personajes. Su comedida escritura visual nunca enfatiza las situaciones que comparten los dos amigos, quizás porque el realizador encuentra equivalencias entre honestidad y neutralidad de las formas, algo así como un retorno a lo esencial generado por la sinceridad del texto.
Cuando uno de los personajes abandona al fin su papel de réplica humorística (uno de los puntos discutibles del relato), sus acciones parecen ilógicas, propias de alguien desesperado. «Tiene sentido», dice el otro personaje cuando le descubre: la proximidad de la muerte ha convertido al enfermo en protagonista de una despedida continua y a su mejor amigo en alguien que entiende por fin la fugacidad del tiempo vivido. Incluso en esas acciones turbulentas de los últimos compases de la película, Truman despierta la honestidad de dos personajes que se reconocen frágiles e indefensos. Mientras los actores emblemáticos de los otros filmes Cesc Gay se suceden uno tras otro en la ficción como si se tratara de un homenaje personal, la verdad de la película salta a la luz: el realizador ha utilizado su cine para tratar de entender todo aquello que ha vivido de cerca.