Toy Story 3 (Lee Unkrich, 2010)

En su onceavo largometraje, cabe poco que decirse ya sobre la habilidad de Pixar para crear historias universales, capaces de llegar a todo el público y arrancar de ellos las emociones más profundas.

Siempre con el guión más cuidado posible, esta vez firmado por el Michael Arndt, que ya escribiera Pequeña Miss Sunshine, y tratando de buscar la fórmula mágica que consiga que todo espectador salga del cine con una gran sonrisa, Pixar juega a la condescendencia con todos y cada uno de quienes van a ver su producto.

¿Existe otro relato capaz de evocar el amor que sentimos todos hacia unos simples objetos como son los juguetes de nuestra infancia, que no tienen ningún valor pero a los que consideramos tan importantes?

Es complicado encontrar una combinación entre sensibilidad y humor de tan asombrosos resultados, aún cuando el impacto de la animación digital haya desaparecido tras Toy Story, y la colección de gags y detalles puntillistas ya se haya explotado hasta la saciedad en Toy Story 2.

En esta tercera parte de la saga, el argumento se disfraza de drama carcelario al uso y transforma una simple guardería en una trampa mortal, comandada por unos personajes perfilados hasta el exceso. El sentido de la amistad y la unión vuelven a ser protagonistas.

Pero parece importante detenerse ante el guión de Michael Arndt y ese concepto de la fórmula. Cuando hablamos de fórmula perfecta, de que todos los hilos narrativos deben tener un principio y un fin de definición inequívoca, y que la mezcla de carcajadas y lágrimas resulte también equilibrada, ¿hablamos realmente de un éxito absoluto, o de algo relativo?

Por supuesto que el equilibrio es evidente: Toy Story 3 está construida en el grueso de su metraje por dos historias paralelas. Woody escapa de la celda inesperada que era la guardería y trata de solucionar las cosas. Mientras, en la guardería, todos los dramas carcelarios de la historia del cine son revisitados y parodiados en un traspaso al mundo del juguete que potencia la inventiva y el valor por el detalle de una manera casi barroca.

Así, la película pasa de un escenario a otro con total libertad, pero también con un descarado oportunismo que intenta ocultar las lagunas de ambos estadios.

La fórmula es perfecta, sí, y cuando los amigos se toman de las manos al ver que puede llegarles su final todos nos emocionamos, pero en ocasiones podemos ver su armazón, el esqueleto que deja al descubierto que, dentro de esa aparente libertad creativa, la película se siente esclava de la arrolladora necesidad de contentar a todo el mundo y de un relato que los guíe siempre, matemática y milimétricamente, de un estado emocional a otro, controlado en todo momento.

Cuando el filme olvida sus tracerías argumentales es cuando por fin respira, cuando consigue dotar de auténtica humanidad a unos personajes imposibles. Esto sólo ocurre en los terrenos donde mejor sabe moverse la compañía de animación: en la sencillez.

Esos momentos comprenden sólo los extremos del metraje: el comienzo, en el que los juguetes se dan cuenta de que su dueño ha crecido inevitablemente, y ya no los necesita, y su parte final, en la que el chico juega con ellos por última vez a modo de despedida.

Es ahí donde el alma de la historia queda al descubierto y no en las atracciones de feria que tienen lugar durante su desarrollo. En esas escenas, al igual que en las mejores que ha conseguido Pixar en su cinematografía, sólo cabe abandonarse, emocional y visualmente, rendirse, pues el grupo de animación conoce bien los secretos para llevar al espectador a otro mundo y confrontarlo con el suyo propio de una manera entrañable.

En esa emotiva humanidad es donde la película cosecha sus mayores triunfos, que no son pocos. Ante la manipulación emocional, sin embargo, conviene mostrarse escépticos.

* En su estreno en cines, a Toy Story 3 le acompaña el cortometraje Día y Noche, que combina a personajes realizados en animación tradicional con gráficos digitales en tres dimensiones. En él, Teddy Newton firma el manifiesto sobre la amistad, la tolerancia y el enriquecimiento mútuo más hermoso posible. Día y Noche consigue en seis minutos lo que Toy Story 3 desarolla en una hora y cuarenta.