En un plano de esta sobrecogedora película, tan esquiva como hermosa, el tiempo parece detenerse. El lugar es un palacio en plena China del siglo IX. La cámara se coloca tras un velo, como si no tuviese permiso para observar lo que está contemplando, y el plano se eterniza ante la mirada perdida de los gobernadores. Las telas se mueven, mientras el reflejo de las velas inunda la imagen en una coreografía en apariencia azarosa. Las miradas persisten y el plano continúa. En ese momento la imagen, sostenida eternamente en el tiempo, parece revelar una mirada sobre esa época con una intensidad incendiaria, como si permitiese observar un período histórico a través del ojo de una cerradura. Un instante pleno de inspiración que justifica por sí mismo el largometraje. Si un cineasta es capaz de lanzar una mirada tan profunda, tan poderosa, sobre una época tan lejana en el tiempo, capaz de transportar hasta allí a quien la contemple, ¿puede importar acaso cualquier otro elemento de un objeto cinematográfico, por otra parte, tan inabarcable como este?
No es sencillo adentrarse en The Assassin a través de los canales acostumbrados. La mente puede sentirse expulsada de un relato incierto, lleno de elipsis y de saltos inabarcables, mientras el ojo puede sentirse abrumado por lo que ve. Porque a Hou Hsiao Hsien no le interesa el material argumental de su relato y de hecho lo rehuye, en una operación de montaje cuyo proceso puede intuirse absorbente ¿Cómo renunciar a la historia, y de qué manera? ¿De qué planos prescindir para que el relato desaparezca y la belleza de las imágenes persista? Se trata de una decisión sugestiva como narrador y de difícil digestión como espectador. Resulta casi imposible hallar los senderos de la historia, al tiempo que parece inevitable entregarse al espectáculo estético de unas imágenes que tienen una vida e identidad propias. Las secuencias de The Assassin no sólo trazan un profundo repaso a los recursos expresivos más tradicionales del wuxia, género de artes marciales sobre el que se mueve la película, sino que su densidad, además, integra la tradición con la mirada puramente personal del cineasta en su particular homenaje a un tipo de cine con el que creció. Quizás el mayor elogio que pueda hacerse a este filme es que, definitivamente, no se parece a ningún otro.
La auténtica trascendencia de una película como esta, tan libre, depurada hasta el exceso, tan integrada en la herencia cinematográfica de una cultura ajena y a al vez tan despojada de todo referente directo, sólo la podrá revelar el paso del tiempo. Lo que sí es cierto es que se trata de un filme que requiere de un atrevido salto al vacío para poder enfrentarse a ella, porque en The Assassin el relato no es un vehículo sino un pretexto, y en cada una de sus imágenes habitan historias particulares. Las imágenes hablan mientras el relato se vuelve críptico por momentos. “Dominas tu espada con destreza, pero eres esclava de los sentimientos humanos”, le dice la maestra de asesinos a la protagonista del filme. En cierto modo, el personaje está hablando con el propio Hsiao Hsien mientras éste les filma: un autor que, mientras su película discurre, se detiene a contemplar las flores, los instrumentos musicales, los silencios, los lagos, las montañas, las luces, los velos, las miradas perdidas y todo lo que hace bello al mundo; todo aquello que, en realidad, merece la pena ser filmado.