Taxi Teherán (Jafar Panahi, 2015)

Taxi Teherán (Jafar Panahi, 2015)

«Una película es el documental de su propio rodaje». La célebre frase de Godard parece tan agotada como el eterno debate entre documental y ficción, que la llegada del digital condujo hacia lo indistinguible y lo inabarcable. Jafar Panahi se propone conducir él mismo un taxi y encontrarse con esa frontera indistinguible, buscando un discurso también inabarcable. Y durante los primeros minutos, en los que una cámara clandestina graba el interior del vehículo, la frontera es ciertamente imposible de descifrar: ¿es una película hecha sobre jirones de la realidad en un día cualquiera de conducción por Teherán? ¿Cuánto hay de ficción y cuánto de accidente, de descubrimiento?

El paso del metraje despeja las incógnitas. No se trata de fragmentos del azar, sino de una mañana completa en la que se suceden los más extraordinarios acontecimientos. Y lo peor que le podía ocurrir a la película, que era perder esa marca difusa de realidad vs. ficción, sucede entonces sin posibilidad alguna de reparo. Si todo lo que vemos es elaborado, si todo es puesta en escena, entonces es justo concederle al cineasta también la lectura contraria: por unos instantes, su cine es tan real como la propia vida.

Taxi Teherán (Jafar Panahi, 2015)

La excusa de conducir un taxi por todo Teherán sirve a Panahi para retratar el circo de la cotidianidad, simplificando las complejidades de todo un pueblo con una separación en capítulos, facilitada por sus diferentes y peculiares pasajeros. Hablar de todo un país a través del testimonio de sus gentes.La proeza del realizador no sólo se queda en sus formas, sino que su contexto político es también revelador: condenado por las autoridades de su país, que le prohíben hacer cine, el autor busca la manera de que su propia película sea la puesta en escena de su tragedia particular. La autoconsciencia de su cine a veces permiten que el ego hable en su nombre: al cineasta le resulta demasiado tentador no terminar con una situación que realce su condición de mártir, perseguido por el gobierno. Su cine se convierte entonces en un arma política ante la que resulta complicado tomar cierta perspectiva y evitar la condescendencia.

De manera sorprendente, la película toma especial fuerza cuando la sobrina de Panahi se adueña de la función; quien revela de forma inequívoca su condición de actriz inunda el relato de una viveza inesperada. Su carácter inquieto y curioso contagia al filme de una intensidad de la que carece el propio cineasta frente a sus cámaras. La niña sostiene la clave que da sentido a toda la película: «en clase quieren que hagamos una película sobre la realidad, pero evitar que la realidad sea demasiado sórdida». Si no se puede filmar la realidad tal y como es, ¿para qué hacer cine? Panahi pone en boca de sus personajes lo que su corazón siente con respecto a su profesión y su manera de vivir. Mientras, su vehículo no deja de atravesar las calles de aquel país que le prohibió expresarse a través de su arte. «El cine es movimiento», es otra de las citas recurrentes cuando hablamos de cine, aunque esta no se agote nunca.