Taylor Lautner busca su propio lugar en un Hollywood donde no es fácil escapar de las etiquetas de su papel en la saga Crepúsculo. El esfuerzo es loable, pues ha tratado de ofrecerse como productor y participar en los proyectos de cineastas importantes con el deseo de hacer buen cine con total sinceridad o, al menos, el de ser reconocido.
Lautner se entrega al papel de Sin salida porque sabe que la única solución posible, en estos momentos, es la del héroe convencional. Su público fiel acudirá a las salas sea cual sea el proyecto en el que haya decidido participar, pero aún debe ganarse la credibilidad de los que conocen bien el paso efímero por la pantalla de las estrellas adolescentes.
La trama de Sin salida es bien sencilla: pretende contar un thriller de acción dentro del contexto de la película tradicional de instituto. El filme se presenta como un producto adolescente hasta que su protagonista descubre una foto suya de niño en una web de personas desaparecidas y la trama se dispara. Es decir, construye una ficción propia del filme adolescente para dinamitarlo en el primer nudo de la trama y girar el argumento hacia la película de género.
Dos películas con muy poca relación la una con la otra, además de que el thriller mantiene el mismo tono en los diálogos de la primera parte que convierten la cinta en algo muy cercano a aquellos filmes de sobremesa de Disney en la que un niño podía convertirse en agente secreto.
La premisa, que podría haber dado algo de juego, se diluye en cuanto su desarrollo comienza a optar por las soluciones más convencionales y menos interesantes. El otro fracaso es el despropósito de un elenco que se descree a sí mismo. Un decente Alfred Molina, la presencia de Sigourney Weaver o del siempre infumable Michael Nyqvist intentan sin éxito dar relieve al conjunto de la trama a través de unos personajes del todo estereotipados, y la presencia de la joven Lily Collins como protagonista no consigue servir de contrapunto a Lautner en una forzada relación amorosa.
Pero sus mayores problemas son la narrativa plana tanto como la interpretación de su actor protagonista, en la que no puede faltar la escena sin camiseta que lo ha hecho tristemente célebre. Todas y cada una de las escenas están filmadas con absoluta desidia, incluso las escenas de acción que deberían funcionar como el punto fuerte de la película, a pesar de que John Singleton tenga dilatada experiencia en el cine del género. Esa falta de pasión en lo rodado (y en lo interpretado) se traduce en una falta de ritmo alarmante precisamente en una película que desea presumir de agilidad narrativa.
La huida frenética de la pareja protagonista ante la CIA choca con todos los tópicos existentes, como si el guión hubiese sido sacado del más adocenado manual del guionista. Un intento de thriller para adultos escrito con todas las herramientas propias de la película juvenil mediocre. Lo lamentable no es la película en sí, pues esta puede contemplarse con agrado. La decepción llega después de ver el poco partido que se consigue sacar de una idea clásica de partida tan sugerente.
Y Lautner, en fin, hace un meritorio esfuerzo por sostener la película y mantenerla a flote, haciendo que toda escena gire alrededor de sí mismo. Está aún lejos, sin embargo, de superar las barreras de su falta de expresividad, más allá de las emociones primarias. No hay matices ni dinamismo, el actor permanece rígido en el centro de la acción mientras los convencionalismos se agolpan a su paso. Tiene aún que aprender que aparecer o simplemente estar es muy diferente al propio arte de la interpretación, y sin ello escapar de los tics convencionales será ya una tarea titánica para él.
Como película para los admiradores del actor es un mejor plato que la propia saga que le dio a conocer, en tanto que su protagonismo aquí resulta absoluto y parece hacer un mayor esfuerzo por mostrar sus condiciones actorales. Como gesto del actor que lucha por encontrar mejores papeles para sí mismo, sin embargo, es un absoluto fracaso.