Siete Almas (Gabrielle Muccino, 2008)

SevenPounds

Vehículo de lucimiento absoluto para Will Smith en el que interpreta a un hombre atormentado por motivos que sólo se conocerán al final del filme mediante un recurrente flashback que va reconstruyéndose poco a poco.

 

Nueva entrega del tándem formado por Smith y Gabrielle Muccino, director que ofreció una prometedora ópera prima hace algunos años (‘El Último Beso’) y que a pesar de haber dado el salto a Hollywood se muestra encorsetado por una colaboración peligrosa que condiciona todo cuando hace de cara al convencionalismo y a su estrella principal.

 

‘Siete Almas’ es, en esencia, una historia de buenos sentimientos que peca desde su comienzo al huir de la simplicidad tanto como de la honestidad. La ridícula creencia (que también azota al resto del cine actual) de que la historia es más interesante en tanto que se cuente a través de flashbacks, arruina aquí toda posibilidad de identificarse con el relato o con su personaje protagonista. El supuesto misterio que genera esa falta de información no intriga jamás, al contrario, aburre y desinteresa.

 

Ni siquiera Rosario Dawson, en un trabajo estupendo donde su personaje resulta el único creíble de toda la fauna que puebla el filme (risible Woody Harrelson), consigue sostener la película a algo más allá de la pura curiosidad por ver cómo diablos termina. La nadería, la absoluta banalidad e irrealidad de lo que se nos cuenta, además sin sentido alguno, propone un relato inexistente donde lo único importante es resaltar la cuestionable calidad actoral del principal artífice del proyecto.

 

Muccino deja su impronta en algunas secuencias bien conseguidas. Deja entrever su buen hacer como realizador en ciertas escenas brillantes, que sabe captar con su visión directa y de gran gusto estético, pero es el propio insulso guión el que le obliga en cierto modo a desdibujar su rumbo, a tomar decisiones tan insípidas como la propia historia que cuenta, y esa propia falta de convicción por relatar un guión tan convencional se palpan en una gran cantidad de escenas en la que la cámara parece un objeto sin capacidad de diálogo con el espectador, situada arbitrariamente frente a los personajes, retratando a personajes parlantes que explican todo cuanto sienten.

 

La lágrima fácil, asegurada desde la entrada en acción de Rosario Dawson (y nunca con Will Smith) alcanza su cenit y también su mayor despropósito en una resolución que, por increíble, diluye algunos de los logros que había conseguido la cinta anteriormente, como la delicada captación de interés por una historia que se descree a sí misma.

 

Nadie duda del empeño de Will Smith en su intento de ser considerado un actor serio, ni siquiera de sus posibilidades para recibir un merecido galardón, o su participación en una película de altura. El problema en él es su evidente y descarada búsqueda constante de ese momento en proyectos muy equivocados. Muccino firma aquí una segunda colaboración en esa búsqueda, aún más infructuosa que la anterior, y en la que uno no deja de lamentarse por todo el talento que atesora el director y que se intuye perdido entre naderías y sentimentalismos.