Por su pequeño tamaño, por su cautivadora e introspectiva mirada, por la fuerza de sus imágenes, también por la sencilla metáfora que esconde su relato. El debut de Scott Graham en el largometraje quizá sea uno de los más importantes del pasado año, en tanto que anuncia la llegada de un autor con una capacidad sobresaliente para expresar en imágenes los sentimientos de unos cuidados personajes.
Como si hubiese heredado las habilidades del joven Ridley Scott en su primera etapa como cineasta, Graham perfila el carácter de esos personajes en apenas un plano, un elaborado uso de la luz y unos pocos gestos del actor. La historia de la joven que se debate entre marcharse a descubrir el mundo abandonando con ello a su solitario padre permite al realizador elaborar una delicada película en torno al paso del tiempo. Las situaciones se repiten y el paisaje parece, en apariencia, ser siempre el mismo.
Pero Shell es una película empeñada en mostrar la vida que se esconde tras las cosas. Llena la rutina de infinitos matices, esos que hacen de lo cotidiano una aventura interminable. En una de sus más hermosas imágenes, casi al final de la película, la taza de café de un joven deja escapar una larga columna de humo mientras el chico atiende al paisaje, tras la ventana. Es uno de los momentos más conseguidos en esa búsqueda de otorgar vida a lo invisible.
Chloe Pirrie es otro de sus descubrimientos. Se trata de una actriz que debe poner en escena a un difícil personaje que protagoniza un relato a partir de gestos, nunca de la palabra. Esa mezcla entre ternura e indefensión, propiciada por la presencia de la actriz, choca de manera tempestuosa con la situación que vive en un panorama completamente desolado y sin expectativas de futuro. El complejo de Electra se apodera de las entrañas del relato y eleva a la categoría de mito el conflicto en torno al abandono del hogar.
Shell parte de la adaptación de un cortometraje para edificar una historia sencilla pero de apasionante profundidad. La simplicidad de su material argumental permite dilatar las escenas y encontrar, en ese vaivén de viajeros que transitan una carretera perdida, un millar de historias encerradas. El único escollo se encuentra en la toma de soluciones fáciles con las que zanjar los conflictos más importantes de la película. Esa ausencia de experiencia en el largometraje entendido como escenario épico impide que Graham proponga una ópera prima de mayor trascendencia. Sin embargo, la fuerza de su mirada y esa esperanza con la que se enfrenta al mundo, frágil y al mismo tiempo inextinguible, promete apasionantes aventuras de futuro.