Decía Godard que para hacer una película no hacen falta más que una mujer y una pistola. Filmar esos dos elementos, la persona y el arma, y todo lo demás vendría solo.
Y así es como empieza esta nueva Sangre Fácil, título que le ha adjudicado su distribución española por ser un libre remake de la película homónima de los hermanos Coen, pero cuyo título original fortalece la idea de que quizás Zhang Yimou también pensaba en aquella combinación como detonador de todo su relato: A woman, a gun, and a noodle shop.
Para quien haya visto la ópera prima de los Coen, es difícil olvidar esa trama retorcida y absurda con la que los realizadores iniciaron esa cruzada personal de radiografiar la estupidez humana con extraña fascinación.
Yimou, cineasta por excelencia de la imagen como motor, narrador y objetivo del relato, ha encontrado en ese guión de Sangre Fácil la manera de construir un espectáculo visual de implacable recorrido sustentado por algo más que ideas fugaces. El director de Hero transforma la función en un delirante teatro chino, pleno de colorido y de humor en cada plano, y vuelve a buscar en la belleza estética la única razón de ser de su película.
Las tramas endebles que han dado origen a otros tantos logros visuales de la carrera del cineasta han conformado, de manera equívoca e incompleta, la imagen de un director superficial poco selectivo con los materiales que filma. La vacuidad de sus películas de madurez han terminado por moldearle: Sangre fácil es menos pretenciosa, menos trascendente, menos ambiciosa, infinitamente fresca, divertida, sin complejos. En ella las virtudes de Yimou se multiplican de manera exponencial.
No es el primer cineasta que se sirve de un material ajeno para revertirlo a su manera de entender el cine. ¿Acaso Stanley Kubrick no buscaba desesperado material literario sobre el que poder sustentar todas sus obsesiones como narrador? ¿No es el cine un espacio para contar historias a través de lo visual? Lo que hace Yimou no dista mucho del genio de Kubrick, sólo que éste antepone deliberadamente el poder sensitivo de la imagen frente a la capacidad discursiva del argumento.
Al transformar la historia, al retorcerla y convertirla en un circo, al despojarla de toda su carga dramática, al insuflarla de humor y al dotarla de la más bella poesía visual jamás contemplada en una pantalla, Yimou quizás esté haciendo gala del único modo de remake loable y lícito existente: ya no estamos frente a Sangre Fácil, sino en otro mundo. El de una mujer, una pistola y una tienda de fideos.