Para que Schwarzenegger continúe protagonizando filmes de acción a sus sesenta y seis años, los materiales argumentales deben exigirle menos sacrificios físicos al tiempo que compartir responsabilidades en pantalla junto a otras caras conocidas. El actor sigue estando aquí en el epicentro del conflicto, en primera línea de fuego, pero su personaje es ahora el jefe de un escuadrón de élite y, mientras él da las órdenes, son otros quienes ejecutan los grandes números de pirotecnia. La leyenda puede así sobrevivir, resistir, si se quiere, mientras todo el dispositivo de su alrededor se esfuerza por ignorar que los tiempos han cambiado.
Si antes era Schwarzenegger quien se amoldaba a las necesidades de la película, caracterizándose incluso, es ahora la película la que debe acomodarse a lo que aún puede hacer el actor. En ese sentido, lo que propone el realizador David Ayer es ofrecer un acercamiento realista, casi documental, a las peripecias del grupo antidroga, para poder retratar al personaje al tiempo que filma a la leyenda.
La manera de entrenar, las técnicas de combate, el armamento, los protocolos de comunicación… Puede entreverse el esfuerzo de convertir las rutinas de trabajo en una demostración creíble. De hecho el foco es tan intenso que esa exhibición militar termina convertida en protagonista, como si lo importante en la película fuese ver a los actores repetir aquellas rutinas, en una especie de juego revestido de absoluta seriedad.
A su puesta en escena de armamentos y chalecos antibalas le podrían haber ayudado sobremanera unos diálogos creíbles, o unos personajes que pudieran escapar en algún momento del cliché. Pero lo cierto es que Sabotage no intenta disimular nunca la pobreza de sus planteamientos ni su coqueteo con el cine exploitation, por mucho que la trama incorpore a los principales organismos norteamericanos. En ese sentido, la trama propuesta, con misterio policiaco de por medio, pierde pronto su interés en tanto que ninguno de sus personajes llega a tenerlo, perdidos entre clichés y cubiertos de sentencias lapidarias que se arriesgan continuamente al ridículo.
Merece la pena observar la puesta en escena de Sabotage para entender que su naturaleza se adscribe a procedimientos televisivos, nunca cinematográficos. A un plano medio de presentación le sucede siempre un primer plano y, más tarde, el contraplano de otro sujeto que intercambia media docena de líneas de diálogo con su interlocutor. Ningún juego con el espacio o con las dimensiones del plano, de una notoria pobreza formal. Procedimientos propios de la televisión que hacen pensar en series como The Wire como referencia, con respecto a la ficción que olvida su poder comunicante para concentrarse en recordar, en todo momento, lo inteligente que está siendo. Referentes televisivos, nunca cinematográficos.
Lo peor que le ocurre a Sabotage, más allá de su pobreza de discurso o de un trabajo poco sugerente tras la cámara, sea su labor de edición. La película acusa tantos problemas de montaje que bien podría hablarse de ella como un mal resumen de sí misma. Los saltos de una escena a otra, la prohibición de cualquier momento de respiro, la falta de eficacia en los encadenados… Cada corte parece revelar las costuras de una trama que ya había desvelado su particular insuficiencia. Todo conduce a pensar en Sabotage como algo lejano a una película de género y más cercano a la caricatura.